Detrás de la entrevista a Laura Morán

Las inconsistencias en el proceso que emprendió Alejandro G. Manero contra Laura Morán reflejan la descomposición de un país corroído por autoridades cómplices, impunes, simuladoras e insaciables.

Detrás de la entrevista a Laura Morán

La vi en su cama. En la planta baja se encuentra un área adaptada para que, a sus 95 años, pueda estar lo más cómoda posible. No es su hogar. Ese, junto con sus pertenencias, se lo quitó Alejandro Gertz Manero. No es lo único que le arrebató.

La mirada de Laura Morán brilló con el destello de una lágrima. Le aplicaron inyecciones en los ojos. Llevaba días con un intenso dolor, casi tan insoportable como el que la aqueja desde hace un año cuando sujetos sin identificar le cerraron el paso a su hija Alejandra Cuevas, la detuvieron de forma ilegal (estaba amparada) y la encarcelaron en Santa Martha Acatitla.

Platiqué con Laura unos momentos antes de que la ayudaran a levantarse, sentarse en el sillón, prender luces y comenzar la entrevista.

En su rostro surcado por el tiempo permanece la belleza; en sus palabras, la lucidez y en su historia se refugia la de uno de los hombres más poderosos del sexenio obradorista. Un personaje que va de escándalo en escándalo y al que las súplicas de la madre anciana no le provocaron piedad alguna.

Las inconsistencias (por decirlo suavemente) en el proceso que emprendió Alejandro G. Manero para apresar a Laura, pareja de su hermano Federico, y a sus dos hijas (una ya liberada del yugo gertziano, pues es la suegra del gobernador Alfredo del Mazo)-, reflejan la descomposición de un país corroído por autoridades cómplices, corruptas, impunes, simuladoras e insaciables.

Luego de escribir sobre las irregularidades en el expediente que serán analizadas en la Suprema Corte, -en donde ojalá podamos ver la discusión del pleno en vivo-, decidí buscar el testimonio de Laura.

Ahí se encuentra la clave para entender parte de la fuerza destructora que se lanzó contra ella y sus descendientes.

Los medios de comunicación resaltan que Laura y Alejandra están acusadas de matar al hermano de Alejandro Gertz. Con tan grave imputación, los prejuicios y la criminalización son el pan nuestro de cada día. Pero, ¿qué hicieron estas mujeres? ¿Lo acuchillaron? ¿Lo arrojaron por la ventana? ¿Lo envenenaron? No. Nada de eso. Su pariente y titular de la FGR las señala de homicidio por falta de cuidados. Las persigue porque Laura, en aquel entonces de 88 años, no atendió lo suficiente, a su patriarcal modo de ver, a su postrado carnal octogenario.

Las hijas de Laura ni siquiera vivían ahí. Peor, quien tuvo más tiempo a su cargo al enfermo antes de que falleciera fue el propio fiscal, quien contrató a personal médico, al doctor España y lo llevó al hospital ABC. Además de los absurdos legales (empezando por el delito mismo) el tufo misógino y de corrupción lo impregnan todo.

¿Por qué Gertz se aferró a destruir a su cuñada y sobrina política?

Hay ingredientes de la trama que, independientemente del presunto crimen, hay que considerar para indagatorias futuras: la venganza y el dinero.

“¿Qué motivos tenía yo? Él me adoraba, yo lo adoré. Sus papás no me quisieron…ya después me toleraron”, sollozó Laura.

No dejó de sorprenderme el machismo con que Federico la trató, a pesar del amor que se juraban. La casa que compraron quedó a nombre de él; los millones que tenía fueron un misterio para la compañera con quien compartió medio siglo; cuando murió el señor, a pesar de la fortuna que ocultaba en cuentas bancarias, la dejó casi desprotegida; las conversaciones telefónicas diarias entre Federico y Alejandro (¿diarias? ¿Por?) permanecieron privadas. El hoy fiscal siempre la nombró despectiva y enfáticamente, no por su nombre, sino como “la concubina”. Y es que, para colmo, la familia Gertz la discriminó porque Laura era seis años mayor que Federico y tenía hijas de otro matrimonio.

Me quedo con esta frase: “Habían pasado cuatro años y yo no iba a reclamar nada”, me reiteró Laura. “Federico no tenía un dinero que apareció en un paraíso fiscal, un depósito de 40 millones. Federico no tenía 40 millones”, me comentó.

Laura teme morir antes de que Alejandra Cuevas sea liberada. “Se acaba el último testigo que tiene mi hija”.

Oscureció. Nos tomamos de las manos. Ahí estaban sus nietos. En voz baja, todos nos unimos en oración. Mis colegas camarógrafos también se sumaron a ese momento conmovedor y solidario detrás de cámaras.

Rematando:

Cada día que pasa sin que Arturo Zaldívar turne este caso a alguna ministra o ministro y cada día que Alejandra Cuevas, de 68 años, permanece en prisión preventiva y su madre de casi 100, tiene orden de aprehensión, Zaldívar se acerca más a Gertz.

Siendo Zaldívar la cabeza de la impartición de justicia, se puso de acuerdo con la cabeza de la procuración de justicia; quien, pequeño detalle, es una de las partes en conflicto.

Así fue como el ministro decidió llevar el asunto a la Corte y prolongar la resolución y, muy probablemente, la liberación inmediata de Alejandra.

No importan los discursos, los tuits, volverse influencer, youtuber o tictoquero, el prestigio de la más alta investidura del máximo tribunal se construye con hechos y a punta de sentencias.


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