Estatuas de sal

La corrupción y la indiferencia son la única visión, entonces y ahora; de ayer, de hoy y de mañana también.

Estatuas de sal

Por Claudia Pérez Atamoros

1985 o 2017

¿A 37 o a 5? ¡Da igual!

La corrupción y la indiferencia son la única visión, entonces y ahora; de ayer, de hoy y de mañana también. Contra la tierra nada podemos, tampoco contra la corrupción inmobiliaria, criminal e inclemente.

¿Cuánto sabes del caos de aquellos sismos? Muertos, sí, muchos. Devastación, sí, en demasía. ¿Solidaridad? Al momento, indescriptible; pero después… todos nos convertimos en estatuas de sal.

María puede ser cualquiera, esa niña que murió aplastada, esa que nunca apareció; la madre que perdió al esposo o al hijo, la abuela que no pudo enterrar a sus muertos, la que lo perdió todo y creyó que las autoridades cumplirían, que la solidaridad no iba a cesar. La que tras el sismo del 85 se levantó para volver a caer o tener una muerte lenta en, por ejemplo, el conjunto habitacional Cananea que se construyó tras los devastadores temblores de aquel año y que con el terremoto de hace cinco se hundió, se convirtió en una zona aún más desoladora y olvidada. O la que aún peregrina buscando esa ayuda que nunca llegó, ese techo que nunca se le entregó.

Cuando la tierra rugió aquel 7 de septiembre de 2017 quienes habíamos sobrevivido a los gritos de dolor del 19 y 20 de septiembre de 1985 reconocimos de inmediato la ansiedad, el sudor frío, el miedo no superado y jamás olvidado. Quienes por vez primera se enfrentaron a tal movimiento telúrico no evocaron porque no tenían memoria propia ni colectiva. Solo conocimiento, no experiencia. Y todos, al unísono, creímos que México había superado la tragedia y que nunca más se repetiría la historia con olor a muerte y corrupción. Poco duró el gusto.

Como en la mejor lograda tragedia, la inmundicia emergió –irónica y arteramente– de nuevo, un 19 de septiembre, siete días más tarde de aquel echar las campanas al vuelo del 2017 porque los “sismos ya nos hacían los mandados”, la ciudad estaba preparada para resistir… ¡ándale sí, cómo no!

Y retiemble en sus centros la Tierra… las entrañas de la Tierra crujieron una vez más el 19 de septiembre de hace cinco años. Los Judas se embolsaron las ayudas, los Pilatos se lavaron las manos y los damnificados acabaron engañados otra vez.

Las construcciones mal hechas, otras han recibido ya su “manita de muerte”; emergen y excretan ignominia y pestilencia. El superpoder de la solidaridad ha sido arrumbado; la capa de la empatía se volvió invisible.

Se cumplen 37 años y cinco de hedor y muerte; se cumplen 37 años y cinco de pérdidas irreparables: del padre, del hijo, del niño, la esposa, la abuela, la madre, todos muertos, aplastados no por los escombros de cientos de edificios caídos, no todos, por cierto; no por la fuerza implacable de los terremotos, sino por la criminal ambición de unos cuantos.

Lo que no cayó el 19 lo hizo el 20 del fatídico septiembre del 85 en el siglo pasado y otro tanto se vino abajo el 19 de hace cinco años… Polvo, ceniza, muerte.

Se cumplen 37 años y cinco de monumentales tragedias; 37 y cinco de historias de horror; 37 y cinco de histeria colectiva repetida.

José Emilio Pacheco escribió que la Tierra desconoce la piedad; que es muda y que por ella habla el desastre, que es sorda porque nunca escucha los gritos y que es ciega porque no observa a la muerte.

Cuánta razón. A 37 años y cinco de distancia, siguen familias enteras viviendo sin techo, sin claridad alguna.

Víctimas sin hogar del sismo del 85 se sumaron a las del 2017. Y ahí siguen. Aunque usted no lo crea.

El 7 de septiembre de 2017, apenas un día antes del primer terremoto de ese año, 250 familias que lo perdieron todo hacía 37 años recibieron las casas que les habían prometido desde el 85. En diciembre del mismo año, se entregaron 170 departamentos en la zona de Nextengo en la delegación Azcapotzalco a damnificados también de 1985.

¿Se imaginan? Estas familias tardaron 37 años en poder dejar algún albergue, como  el campamento conocido como Corredor Trece allá en la delegación Gustavo A. Madero de la Ciudad de México.

Dejaron unos, pero se habilitaron más porque los sismos del 2017 acrecentaron la cuota de damnificados, la deuda con los sin techo no ha sido saldada. Apenas el pasado 13 de abril, la Comisión para la Reconstrucción de la Ciudad de México entregó 20 casas reconstruidas en las alcaldías Gustavo A. Madero, Iztapalapa y Tláhuac para las familias que el sismo del 19 de septiembre del 2017 dejó sin hogar.

37 largos años, 444 meses, más de 13 mil 500 días, con sus respectivas noches, horas, minutos y segundos han vivido sin hogar los afectados de los terremotos de 1985. Porque aún existen.

Cinco años, 60 meses, mil 825 días, con sus respectivas noches, horas, minutos y segundos atravesados para colmo por una indómita pandemia que los acabó de vulnerar han sufrido los que perdieron todo con los sismos del 17.

Hacinados, olvidados, marginados: los niños se hicieron grandes; los grandes se hicieron viejos y los viejos murieron mirando la muerte desde 1985, más los que se acumularon en el 17. Y también han padecido la indiferencia y corrupción.

Con qué facilidad los gobiernos de la Ciudad de México los intentan olvidar y callar. Los hacen invisibles. Y con qué facilidad todos los mexicanos que logramos sobreponernos los ignoramos. Somos estatuas de sal.

Parece que lo que aprendimos del 85 lo desaprendimos el 19 de hace cinco años. Hubo histeria. Hubo derrumbes. Falló la luz, falló la telefonía. Hay muertos. Todos, víctimas de los desplomes. Estructuras que no debieron caer se derrumbaron y cortaron de tajo sueños, futuros, vidas. A dos horas del simulacro, todo se oscureció.

Otra vez, la Ciudad de México minada. De nuevo, a ras de tierra hedor a muerte, desolación; todo volvió a oler a corrupción. Y a cinco años… hasta presidenciable es la responsable de una alcaldía que sepultó estudiantes. Estatuas de sal.

Asesinos todos esos directores responsables de obra (DRO) y todos esos mal llamados corresponsables de seguridad y estructura (CSE), funcionarios y empresarios de la construcción, verdugos criminales que por unos cuantos pesos –porque son pocos, aunque sean miles– firman sentencias de muerte.

Sabemos por una  investigación de Mexicanos Contra la Corrupción que siete de cada 10 edificios no cumplieron con la normatividad en 2017.

La corrupción inmobiliaria sigue y sigue. Estatuas de sal.

@perezata

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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