El apellido materno

Las mujeres nunca hemos tenido un apellido que legar a los hijos que crecen en nuestro vientre o en el corazón (no todas las madres pasan por un parto y sin embargo, su maternidad es incuestionable).

El apellido materno

Por Mónica Hernández Mosiño

El 8 de diciembre de 2021 pasará a la historia como el día en que se promulgó la ley que permite modificar el orden de los apellidos que llevarán los hijos, dependiendo del acuerdo al que hayan llegado los padres, según resolución de la SCJN. El orden que se imponga al primer hijo no se podrá modificar para los siguientes vástagos. El ministro presidente, Arturo Zaldívar, agregó con solemnidad que imponer el apellido paterno reproduce un prejuicio que discrimina y disminuye el rol de la mujer en el ámbito familiar. Parece que un tema pendiente se resuelve en relación al patriarcado, al machismo, la discriminación y hasta la violencia.

El pensamiento inicial fue que para muchas mujeres que ejercen de padres la medida no sólo es de justicia, sino de sentido común. Padres que engendran hijos a los que nunca dan soporte económico ni social, y menos emocional, quedarán borrados del registro. Un paso adelante en ¿emparejar? la desigualdad de género. En la práctica, se trataba de una costumbre casi obsoleta, puesto que sólo en seis de los 32 estados de la República Mexicana se establece que el primer patronímico debe ser el del padre, seguido del de la madre. En otras 11 entidades, incluyendo la Ciudad de México, no se define ningún orden. Los usos y costumbres por delante de la jurisprudencia. Cuestión de igualdad y modernidad.

Enfundada en mi manta femenina, hice el ejercicio y me imaginé usando primero el apellido de mi madre y me llevé la primera sorpresa: es el que le dio mi abuelo. Me seguí con el de mi abuela: es el que le dio mi bisabuelo. El de mi bisabuela: se lo dio mi tatarabuelo. Cambié de estrategia y pensé en mi abuela paterna, que le dio su segundo apellido a mi padre: el de mi bisabuelo paterno. No encontré un apellido propio en todas mis líneas femeninas y la razón es sencilla: no existe. Las mujeres nunca hemos tenido un apellido que legar a los hijos que crecen en nuestro vientre o en nuestro corazón (porque no todas las madres pasan por un parto y, sin embargo, su maternidad es incuestionable).

Recordé el incidente mayor del recién finado príncipe Felipe de Edimburgo: la Cámara le prohibió ponerle su apellido a su hijo mayor. La historia tiene gracia, porque el apellido original, Battenberg, lo instaló Alberto de Sajonia-Coburgo, príncipe consorte con más suerte que Felipe de Grecia. El nombre era tan alemán en una época antialemana que se decidió cambiar por su vertiente inglesa: Mountbatten. Felipe de Mountbatten, descendiente de aquel Alberto con quien compartía apellido, vio con horror que su hijo Carlos se apellidaría Windsor, porque no hay nada más inglés que utilizar el nombre del castillo más emblemático del reino. No se trató de un caso de feminismo ni tampoco de justicia, sino de coherencia británica, aunque la sangre siga siendo alemana.

Desde finales del siglo IX se tienen registros en la España medieval de lo que después se llamaría apellido. Se formaba con la derivación del nombre del padre o antecesor del portador en las clases nobles. En pocos años se extendió a todas las clases sociales e incluía características o lugares de nacimiento (del Río, de la Torre, Ávila, Burgos, Calafell, etcétera), tanto como oficios: Zapatero, Herrera, Fierro, etcétera. Para los huérfanos, el nombre del día que los acogían: Alonso, Esteban, Gonzalo… Para la mayoría sólo la derivación simple: García hijo de Garci, Hernández hijo de Hernando, Fernández hijo de Fernando, Sánchez hijo de Sancho, Martínez hijo de Martín… A México llegó el uso con la colonización, a fin de levantar un padrón de habitantes –bautizados– del territorio conquistado. Así, se impuso el apellido de los padres a los hijos y de ahí resulta que sólo tenemos apellidos masculinos, de nuestro padre, nuestro abuelo, bisabuelo y podemos seguir hasta que nos alcance la memoria genealógica. Nuestro apellido “materno” es de nuestro abuelo, que lo recibió de su padre y éste a su vez del suyo… y volvemos a empezar. Nadie tiene el apellido –o apellida– de ninguna “ancestra” porque no existió jamás.

Bienvenida la iniciativa que pretende poner a las madres más cerca de una igualdad jurídica en relación con sus derechos y los de sus hijos. Me queda la duda de si esto se prestará a la conocida picaresca nacional, donde los certificados de nacimiento se podrán modificar a placer para evitar cuestiones fiscales, administrativas e, incluso, penales.


Mónica Hernández Mosiño

Autora de “Las Perlas Malditas del Almirante”, 2020, Editorial Planeta. Administración de Empresas por el ITAM y Maestra en Comercio Internacional por ESADE Business School.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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