Google te conoce mejor

Tal vez llegó la hora de apagar los teléfonos y las computadoras y retomar espacios de silencio, de reflexión y de conversación cara a cara.

Google te conoce mejor
Valeria Villa
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Google te conoce mejor
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Tengo las heridas de todas las batallas que evité

Fernando Pessoa

Con excepción de los melancólicos, casi a nadie le gusta pensar en los aspectos oscuros de su vida y de su personalidad. El culto al positivismo y evadir la culpa, sin reconocer que es el único sentimiento congruente cuando lastimamos a otros, es hoy una filosofía de vida basada en la negación de todo lo que sea incómodo. Todo lo que no sea luminoso ni ligero ni cool.

Enfrentarse a los demonios puede ser una frase vacía que nos gusta escribir o decir para aparentar que somos valientes y para publicarla en Instagram. El exhibicionismo, la compulsión a aparentar, frivolizar todo, en la era del uso adictivo de las redes sociales, derivan en identidades alteradas. Nunca ha sido más difícil responder a la pregunta ¿quién soy?

Interesarse por revisar la vida entera y no sólo reaccionar cuando aparece un problema se convierte en un acto contracultural. Atreverse a hacer una exploración profunda de sí mismo sin importar los hallazgos puede ser muy desestabilizante:  enfrentarse al miedo, a la envidia, al poco amor que a veces damos, al egoísmo, a las expectativas infantiles, a la falsedad o la doble moral con la que a veces abordamos los dilemas éticos. Aceptar las obsesiones, las adicciones, el desamor, las grietas del corazón, la desconfianza, la traición, nuestra defensividad, todo lo que duele.

La exploración incluye a los abuelos, los padres, nuestra situación en el mundo, la cultura de la que formamos parte, los problemas o taras familiares que se transmiten entre generaciones.

Parece que es simple saber estas cosas, pero somos extraños para nosotros mismos. Porque no hay tiempo de escucharse, porque estamos volcados hacia afuera, porque casi no hay silencio para oír. Porque siempre somos un misterio.

En una buena terapia se abre este espacio para hablar con libertad, sin estar en control de todo lo que decimos y para descubrir qué es lo que todavía no nos atrevemos a ver.

Desde esta perspectiva, ir a terapia no tiene que ver con positividad: no te invitarán a que seas positivo. Tampoco te dirán que nunca te sientas culpable. Porque se trata de descubrir la verdad aunque sea incómoda. Porque duele salir de la zona conocida, para entrar a la zona oscura donde viven la angustia, la ansiedad, la tristeza, la depresión. El propósito de la oscuridad es la búsqueda. Una vez que se experimenta lo incierto, lo extraño e incluso lo aterrador la conciencia de quiénes somos se expande para siempre.

No nos gustan nuestros demonios y preferimos proyectarlos fuera: todo es culpa del capitalismo salvaje, de la corrupción, del racismo, de los padres, de la religión, del patriarcado, del gobierno en turno, de todo lo que no soy yo.

Pero huir de una misma (o uno mismo) no resuelve nada y lo empeora. Enfocarse solo en los aspectos positivos es una fragmentación de la realidad. Un artificio que excluye los capítulos difíciles de la historia.

Otro problema para el autoconocimiento es el mundo digital, que nos vende formas de ser, de sentir, de pensar, que nosotros compramos. Si solo importa lo que es tuiteable, instagrameable, tiktokeable, la intimidad, lo que llevamos por dentro, lo no tan bonito o triste, desaparece.

En la sociedad del espionaje cibernético Google nos conoce mejor que nosotros mismos, hasta que, un día, necesitamos ser exactamente los que nos sugiere el algoritmo.

Tal vez llegó la hora de apagar los teléfonos y las computadoras y retomar espacios de silencio, de reflexión y de conversación cara a cara. Conocer el mundo interno es un proceso difícil y conmovedor, que se comparte con pocos, nada espectacular y tan cotidiano.

@valevillag

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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