Document
0:00
/1:53

Audiocolumna

Imaginad un árbol con las ramas por dentro,

ahogado por su propia e imposible corona

y que cautivo lleva ‒aniquilándole‒

el fruto no vertido de su sombra.

Esto soy yo. La soledad sin brazos.

Un mar que, despertando, ya es arena,

muriendo solo bajo el mismo grito

que imaginó poner entre sus ondas.

Yo venía de ser raíz para subir a sueño,

de ser oscuridad a dividirme

en el sereno reino de mis hojas.

Subiendo estaba y encontré esta muerte

de no ser sino el árbol que encerrada

lleva su irrealizable primavera,

su fuerza inútil de imposibles ramas

que no verán jamás a las estrellas.

Esto soy nada más. Raíz desnuda.

Un viaje que pensó que se movía

hacia el diáfano fuego de la rosa

y se quedó en su origen de ceniza,

más que nunca en la planta desde donde

creyó subir por la escalera angélica.

Y estoy sintiendo lo que siente un sueño

cuando va a florecer y es despeñado

desde los mismos ojos que lo sueñan.

Soy la que nada poseyó. La oscura

desesperada soledad terrible, quien

jamás conoció sus propios brazos ni los

colmó de llanto y de dulzura.

No se crea en la voz que se me escucha,

que no es ésta mi voz. Y este poema no

es siquiera una rama… No es siquiera

una sospecha de mi oculta sombra.

Tan sólo quedó aquí del mismo modo

que en la orilla del mar a veces queda

‒testimonio de muerte y abandono‒

el lúcido esqueleto de una perla.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.