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Por Adriana Sandoval

En estos tiempos donde todo se mide en rapidez: entregas en 24 horas, respuestas inmediatas, comunicación abierta día y noche, comida rápida, etc; vivir lento se ha vuelto sospechoso. Como si quien no corre, pierde. Como si detenerse significara fallar.

Pero ¿y si no correr fuera salvarse? ¿y si vivir lento fuera lo que más necesitamos?

A mí me ha salvado.

Me ha salvado cocinar sin prisa, como quien borda, como quien recuerda. Elegir los ingredientes, picarlos con calma, probar la salsa sin mirar el reloj. Cocinar como un ritual, no como tarea. 

Me ha salvado tomar el sol sin culpa. Sentarme en una banca con la cara descubierta, sin recordar mis pecas ni el bloqueador solar. Respirar. Observar cómo se mueven las sombras sobre el piso. No hacer nada productivo con ese momento más que vivirlo.

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