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Por Rita Alicia Rodríguez
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En el dinámico ecosistema de los contenidos audiovisuales, el éxito de las microseries verticales (los llamados “duanjus” en China) ha demostrado que no se trata sólo de un cambio de formato, sino de una reconfiguración del consumo, del lenguaje narrativo y, sobre todo, de las expectativas de las nuevas audiencias. Frente a una generación que demanda inmediatez, emoción y representaciones más cercanas a su realidad, el modelo de estas producciones ultra cortas, de bajo presupuesto y alto rendimiento, se posiciona como un fenómeno masivo difícil de ignorar.

Este formato, nacido en entornos digitales y diseñado para competir con la atención dispersa de los Gen Z, ha comenzado a replicarse en mercados hispanohablantes, desafiando una narrativa tradicional que había condenado a formatos como la telenovela a la obsolescencia. Sin embargo, la evidencia indica que estos contenidos siguen funcionando en nichos definidos, sostenidos por métricas y audiencias fieles. Esto nos obliga a mirar más allá de los discursos en “declive” y enfocarnos en qué tipo de historias estamos contando y para quién.

Aquí es donde surge una gran área de oportunidad: en un momento donde la atención se ha vuelto el activo más valioso, ¿por qué no apostar también por una representación más diversa e inclusiva en las historias que elegimos llevar a formatos con amplificación de alcance? Si se va a replicar el formato de microseries, ¿por qué no arriesgarse también en los temas y en las voces detrás de ellos?

Los contenidos unitarios que apelan a la viralidad y la inmediatez (como los que han sido parte del repertorio seguro en la televisión abierta) han probado ser efectivos en términos de rating. Sin embargo, en un entorno donde la visibilidad lo es todo, la posibilidad de incorporar personajes, tramas y talentos que representen a mujeres en toda su diversidad es una deuda aún pendiente. Este ejemplo, es uno de tantos que vale la pena explorar en sus múltiples posibilidades porque, este es un modelo de negocio escalable que puede optimizarse desde distintos enfoques.

Detrás del éxito técnico y comercial de estas nuevas narrativas breves, existe también la posibilidad de hacerlas culturalmente significativas. Desde la elección de protagonistas, directoras, guionistas y temáticas, hasta la forma en que se promueve y distribuye el contenido. Hay un camino fértil para fomentar nuevas formas de representación. La pantalla, sea del tamaño que sea, sigue siendo un espacio simbólico de validación social.

Por eso, iniciativas de este tipo no deberían limitarse a replicar fórmulas probadas, sino a repensar la manera en que construimos el imaginario colectivo. Las audiencias jóvenes no sólo buscan entretenimiento rápido, también buscan espejos donde reconocerse y ventanas por donde mirar realidades distintas.

Celebro los movimientos que apuestan por la reactivación del empleo en cualquier industria y por la transformación de viejas estructuras corporativas. Pero también considero esencial acompañar estos cambios con una reflexión crítica sobre qué se comunica, a quién se incluye y cómo se toman las decisiones editoriales.

Innovar también implica diversificar. Y en el mundo de los contenidos, eso empieza por abrir espacio a historias más inclusivas, complejas y, sobre todo, humanas.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.