Por Brenda Macías*
“Señores jueces: ¡nunca más!”, me gustaría que algún día, algún Fiscal de la República mexicana, tuviera los calzones para decir esta frase ante una sala de juicio oral o ante los tribunales de la Suprema Corte de Justicia de la Nación para admitir la violencia del narco-Estado que, entre 2006 a 2022, ha dejado una estela de más de 90 mil desaparecidos, según datos oficiales del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas en México.
Esto pensé al terminar de ver la película “Argentina, 1985” del director Santiago Mitre y la actuación siempre extraordinaria de Ricardo Darín, quien interpretó al fiscal Julio Strassera, personaje histórico de la democracia argentina, quien emitió un alegato –casi poético– para sentenciar con penas perpetuas y condenas extensas a los hombres –miembros del ejército– responsables de una serie de actos de tortura y vejaciones, desaparecidos, asesinatos y cientos de niñas y niños separados de sus madres y familiares durante la Dictadura Argentina de 1976 a 1983.
Al hacer una revisión cuantitativa y superficial del número de desaparecidos registrados en las dictaduras que padecieron países de Nuestra América me encuentro con datos aterradores. Por ejemplo, en siete años de dictadura en Argentina, se registraron de manera oficial 30 mil personas desaparecidas; en Brasil, entre 1964 a 1985, más de 400; en Chile, entre 1973 a 1990, más de mil; en Uruguay, entre 1973 a 1985, más de 600 y en Nicaragua entre 1937 a 1979 alrededor de 10 mil. Al sumar estas cantidades nos da un total de alrededor de 42 mil desaparecidos en 26 años. Seguramente estas cifras se quedan cortas.
Y en México, en tiempo de democracia y paz –o quizá valga decir: entre tiranías y guerras internas– en tan sólo 16 años, ya van más de 90 mil desaparecidos, que, a la fecha, fueron reconocidos por el Estado. Esa es la cifra blanca, pero, si atendemos la negra y los otros datos, la imaginación nos podría jugar suertes y llevarnos a números inconmensurables de personas que no están, que no tenemos pistas de su paraderos, que así como pudieran estar con vida en algún rincón del mundo o en la inmensidad del Océano Pacífico, podrían no estar en ningún sitio o ser cadáveres.
Luego de ver la película que ahora les recomiendo y que pueden ver en la Cineteca o –en el peor o mejor de los casos– en Netflix, me pregunto por qué, a pesar de los cientos de discursos jurídicos que existen, no hemos podido fundar un aparato que realmente nos lleve a hacer tangible la justicia. Pero cómo podríamos acceder a ella si la 4T que ha hecho legal lo que comenzó ilegal: la institucionalización de los señoros de la guerra y la carta abierta para que el ejército se mantenga en las calles.
Esa institución, que como hemos visto en las juntas de gobierno dictatoriales de los países de la América Nuestra, tiene entre sus filas a dictadores en potencia. Pero, ¿qué digo? Los partidos, la iglesia y cada institución también los tiene. ¡Patrañas! Creo que mi deseo de escuchar a un señor fiscal o señora fiscal decir: “Señores jueces: ¡nunca más!” será en una próxima vida. No en esta. Por cierto, ¿y el fiscal general? ¿Dónde está? ¿Ya metió a la cárcel a algún pez gordo? ¿Será que está esperando a las elecciones? Mientras no exista otra alternativa de justicia como el castigo penal, las víctimas seguirán esperando a que todes cumplen sus sentencias aquí y no allá, en la esfera de la divinidad.
¡Hasta la próxima entrega!
*Brenda Margarita Macías Sánchez es Jefa del Departamento de Difusión y Extensión del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)
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