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Por Claudia Pérez Atamoros

(O cómo una niña bien acabó fundando una guerrilla indígena en Bolivia y hoy escribe libros que podrían hacer temblar a más de un rector).

¡Ah, Raquel Gutiérrez Aguilar! La guerrillera que cambió el fusil por la pluma, y que, con una mezcla de terquedad matemática y pasión revolucionaria, ha tejido una vida entre la insurgencia y la academia.

No nació en un cuartel ni en una barricada. Nació, como muchas niñas de su tiempo, en una familia de clase media mexicana. Su padre era médico —bata blanca, ética intachable, fe en el progreso— y ella, la güerita lista de casa, pasó su infancia entre libros, tareas escolares y viernes de comunión rigurosa.

De kínder a prepa, no cambió de escuela: privada, católica, con monjas franciscanas que enseñaban que el bien era lo que Dios decía, y el mal, lo que la lógica cuestionaba. En ese microcosmos de disciplina y sotanas, Raquelito —así la llamaban las religiosas, incluso en la adolescencia, con ese diminutivo que no disimulaba la condescendencia— comenzó a moldear su propia noción de justicia. Una que, spoiler alert, no encajaría ni en el catecismo ni en las sobremesas de las otras niñas bien, más conservadoras que los duraznos en almíbar.

En casa, el eje gravitacional era el padre médico. Pero fue una hermana mayor la que le sembró la semilla de la duda —esa que hace temblar sistemas, curas y gobiernos. Raquel leía vorazmente. Le inquietaban las grietas. Y no solo las observaba: se metía en ellas.

En la prepa ya corría el rumor: “Esa es la que enfrentó al padre Tejeda y defendió el aborto. ¡Imagínate!”. Era 1978, y el padrecito —al que las estudiantes apodábamos cruel pero certeramente “Tejode”— tenía fama de hacer llorar a más de una. Raquel no lloraba. Argumentaba. Discutía. Daba clases no solicitadas de justicia social.

Tras sobrevivir a la etapa preparatoriana, a las clases de ética con el padre Rubén Sanabria (autor del célebre libro Ética, del que aún nadie sabe si se leía o se usaba para nivelar escritorios), y a los exámenes orales más inquisitoriales que pedagógicos, Raquel se graduó con honores. Nadie pudo con ella. Su mente era afilada como bisturí.

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