Por Danielle Blejer

Al preguntar qué nos hace humanos o qué es lo que nos distingue como especie, de inmediato me viene a la mente el concepto “de carne y hueso” tan afín a nuestra imperfección, fragilidad, mortalidad. ¿Por qué nos sorprende tanto ser finitos, perecederos, meros mortales? ¿Quién nos prometió la eternidad?

A pesar de compartir nuestra calidad efímera con los animales con los que cohabitamos el planeta, nos identificamos más con los dioses, omnipotentes y eternos. La interpretación del ser humano dentro de la tradición occidental se encuentra en medio de estas dos tensiones que nos posiciona como seres híbridos: mitad terrenales, mitad soplo divino o alma. Situados en un limbo donde no terminamos de ser ni dioses, ni animales, pareciéramos no aptos para vivir en la Tierra, mucho menos para resguardarla.

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