Por Diana J. Torres

Ando preocupada por mi tierra, en serio. Generalmente me vale bastante lo que pase por allá al otro lado del Atlántico, justo por eso hace una década me vine a vivir bien lejos: para no enterarme de lo que acontece en un país que me estaba destruyendo emocional y psíquicamente y que, con todo el dolor de mi corazón, afirmo que no tiene remedio.

En las últimas semanas, con las elecciones generales a la vuelta de la esquina, el fascismo se ha quitado la máscara y anda de exhibicionista sacando a relucir argumentos que resuenan en la cabeza de quienes tenemos memoria y que dejan ver unas intenciones parecidisimas, si no iguales, a las del atroz dictador Francisco Franco, que mantuvo a España sumergida durante casi 40 años en una dictadura de la que aún no nos hemos recuperado. Las últimas veces que anduve por allá pude claramente intuir que algo así estaba por acontecer: banderas anticonstitucionales ondeando por doquier, controles policiales de documentación en cada esquina, conversaciones de la clase media/obrera plagadas de racismo, homofobia, ignorancia…

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.