Por Jaina Pereyra

Tengo 44 años. Mi primera elección fue en el año 2000 y no voté porque estaba de viaje. El internet no era todavía omnipresente y me acuerdo de haber ido a un centro comercial a conectarme para enterarme del resultado. Había ganado Fox.
Los años pasaron. Voté en todas las elecciones que vinieron después. Me formé en la escuela de política pública neoliberal que cree en los números para evaluarla, pero también crecí en un hogar de izquierda, en donde tuve que aprender de los entornos en donde se implementa. Me considero una demócrata liberal de centro. Me convertí en servidora pública. Crecí pensando que la democracia era el mejor de los sistemas y mi arrepentimiento más grande es que, como funcionaria pública, fuimos tan soberbios que creímos que las instituciones autónomas, las elecciones libres y la medición de la pobreza eran instrumentos de persuasión por sí mismos, que no necesitaban una narrativa que los acompañara porque su beneficio era tan evidente que no había ni que defenderlo. Hoy vemos el error.
Los sexenios de Morena han avanzado reformas que hace veinte años parecían inimaginables y lo han hecho con muy poca resistencia. Creo que quienes dicen que el gobierno de Claudia es mejor que López Obrador, olvidan que es Claudia quien está impulsando esta reforma, quizás la peor de todas.
Es cierto. La democracia ya no tiene tantos adeptos, pero tiene aún menos defensores. Durante semanas se discutió en mis chats si ir a votar o no. Los chats de personas con más grados académicos curiosamente coincidían en que “no legitimarían” la elección. Como si para un régimen que quiere el control político, la legitimidad fuera relevante. En los chats en donde hay personas con un perfil más público, quienes hemos sido funcionarios o quienes se debaten en el periodismo, la convicción era más bien de votar, aunque estuviéramos en contra de que se realizara la elección y no creyéramos que nuestra participación pudiera modificar nada realmente.
Ayer fui a votar y fue muy doloroso. Parada en la fila pensé que éramos la resistencia más cobarde y floja que había tenido el país. No pudimos ponernos de acuerdo en un solo perfil. Una ministra de la Suprema Corte, un magistrado electoral. Algo. Con eso. Con ese mínimo de organización hubiéramos hecho más cambio que con irnos todos a desayunar “en resistencia”.
Delante de mí y atrás de mí las personas llevaban acordeones. Revisaban en su celular. Iban estudiando por si no podían entrar con él. Muchas personas de la tercera edad me hacen pensar que algún programa social fue un incentivo poderoso (o, en el mejor de los casos, porque ellos sí saben del riesgo de perder ese derecho). Mucha gente mandando fotos de su voto. Dos personas pasaron grabando a los asistentes en los 30 minutos que estuve formada. La sensación era de pase de lista. Así como en las encuestas sobre la revocación de mandato y sobre la construcción del aeropuerto, esta elección fue un ensayo de la capacidad de movilización de Morena. No se trata de ganar, se trata de aceitar las estructuras. ¿La oposición? Subiendo stories en IG mostrándose enérgicamente en contra. Ah.
Esta elección estaba hecha para desmotivar hasta al más entusiasta. La boleta era complicadísima. Los perfiles por colores no estaban en orden. Los números para los cargos no eran secuenciales. Boletas grandes, chicas, de todo. Nunca había votado con tanta desazón. Nunca me había sentido tan vigilada, tan inútil, tan triste. Lo dejamos ir. Dejamos ir lo poco que habíamos avanzado. Y ahora, que nos lo arrebatan, estamos más preocupados por nuestra participación, por nuestra consciencia, por nuestro tiempo de domingo que por los efectos. ¿Por qué? Porque mientras al 1% de este país la política no les quite la posibilidad de pagar por los derechos que la gran mayoría no puede ejercer, no tendremos ningún incentivo real para quejarnos más allá de la sobremesa. Ojalá recapacitemos porque el régimen no lo hará.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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