Document
Por Mariana Conde

Una visita típica de mis padres a la Ciudad de México para pasar unos días con nosotros pone a prueba la elasticidad de mi atención y mis habilidades para administrar el tiempo. Ellos, especialmente después de tantos meses perdidos en la pandemia, sienten la urgencia de aprovechar cada momento de su octava década. Buscan conversación adulta, hablar de temas de actualidad que los preocupan, quejarse de sus males y también del uno al otro, ponerme al día de lo que sucede en “la casa” y recorrer sus lugares favoritos de la Ciudad.

A mis hijos, que solo entienden la inmediatez de sus propias necesidades, les entusiasma la visita de sus abuelos hasta cierto punto. Les parece muy padre esperarlos y recibir regalos, abrazos y sus platillos yucatecos favoritos que mi mamá trae congelados en la maleta, empacados entre medias, innumerables bolsas de cosméticos y una que otra toalla para la incontinencia nocturna.

Para el segundo día en que no estoy disponible al 100% para supervisar que hagan la tarea o jugar fútbol porque ando ocupada con mis papás, comienzan a preguntar cuándo se van los abuelos.

Las tardes van más o menos así:

–Mami, ¿me ayudas con las sumas?

–Pérate –contesta mi papá– me está ayudando a reconfigurar mi WhatsApp que se borró.

–Yo quiero sentarme junto a mamá.

–Yo también, tú la tienes diario, así que me toca a mí –intenta razonar mi madre, de 80 años, con mi niño, de 6.

–¿Me cortas las uñas de los pies? –dice cualquiera de mis hijos.

–Primero las mías –ataja cualquiera de mis padres.

Y es que, sin darme cuenta, he entrado a formar parte de una nueva estadística, la de la Generación Sándwich. Tal vez tú, sin ser consciente de ello, también estés ahí.

A mí me lo hizo ver una amiga cuando le comenté que las querencias en los distintos polos de mi vida –mis hijos por un lado y mis papás por el otro– me tiran en direcciones opuestas y que, como en la tortura del potro, siento que algo no tardará en reventarse.

La Sándwich es una categoría dictada por este fenómeno: gente que, por diversas circunstancias –una de las cuales es haber crecido con la consigna de educarse y hacer carrera antes de formar una familia– postergamos la paternidad/maternidad para más tarde. Décadas después, se nos juntó el lavado con el planchado y nos encontramos con la necesidad de hacernos cargo al mismo tiempo de niños y viejos.

El término fue acuñado en 1981 por las sociólogas estadounidenses Dorothy Miller y Elaine Brody, y sigue describiendo bastante bien lo que enfrenta hoy este grupo demográfico: que la Generación Sándwich vive un conjunto de presiones sin precedente, no compartidos, en el que los recursos y atenciones que deben proveer exceden por mucho a los que reciben. Añaden que incluso hay entre ellos quienes han logrado cierta estabilidad económica y personal y probablemente estén vislumbrando una etapa más relajada cuando se dan cuenta de que, mientras sus hijos no son aún independientes, sus padres ya han pasado de la autonomía a la dependencia.

Esta clasificación es paralela a la que tipifica las generaciones por era cronológica: Baby Boomers, Millennials, Generación X, Y y Z. Supongo que eso me convierte en un sándwich equis.

De hecho, la generación que más sándwiches tiene es precisamente la mía, la X, que corresponde a quienes ahora estamos entre los cuarenta y cinco y los sesenta años de edad; la gente de más de sesenta y los que aún no llegan a los cuarenta parecen ser menos propensos a quedar ensandwichados entre sus progenitores y sus herederos.

Según el think tank Pew Research, en los Estados Unidos –no se conoce el dato en México– más de la mitad de los cuarentones (54%) tienen al menos un padre de 65 años o más y, a la vez, son padres de hijos menores de 18 años o de alguno mayor de edad que aún requiere apoyo económico para independizarse.

Queda claro que a quienes nos encontramos en la situación de tener hijos pequeños y padres añosos se nos presentan retos particulares. Por un lado, está el del tiempo que necesitamos dedicarles, en particular si alguno de nuestros adultos mayores o de nuestros hijos necesita cuidados especiales.

Por otro, y en consecuencia, está el problema económico. Hay muchos ensandwichados, o más bien ensandwichadas, para quienes es imposible mantener un trabajo y al mismo tiempo cuidar de sus mayores y sus menores. ¿Cómo solventar el creciente gasto médico de sus ancianos y las necesidades de hijos dependientes sin poderse procurar una fuente de ingreso? Y sí, sobra decir que en su gran mayoría las que se ven orilladas a dejar su trabajo o autoempleo son las mujeres.

La situación se ve agudizada por un hecho muy positivo: el aumento de la longevidad; y otro muy negativo: el crecimiento desbordado de las enfermedades crónico-degenerativas.

Suscríbete para leer la columna completa...

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.