Por Mónica Hernández
Jésica Alejandra padece endometriosis, condición que también se conoce como cáncer blanco. Como si los colores de un padecimiento lo hicieran aceptable o al menos, sufrible. Jésica no está sola, puesto que se calcula que el 10% de las mujeres en edad reproductiva (en México y en el mundo) viven con endometriosis, unos siete millones de mexicanas. La cifra real se calcula que está más cerca del 20%, porque muchísimas mujeres no saben que la padecen. Las mujeres aprenden a vivir con dolor, a asimilarlo. Porque son mujeres. La endometriosis es una enfermedad de género.
Jésica llegó a los 19 años al hospital, arrastrándose por cólico menstrual. Ni su madre le creía la exageración. Los médicos tampoco. Por el sangrado los médicos se negaron a ayudarla, asegurando que se había auto-practicado un aborto. La amenazaron con denunciar ante las autoridades. La prueba de embarazo resultó negativa y encima Jésica era virgen. Las pastillas y los inflamatorios no reducían el dolor y no lo hicieron hasta veinte años más tarde. Aquella vez le dieron morfina y la durmieron un par de días antes de mandarla a su casa. Esta escena se repitió al mes siguiente. Y al otro. Y al otro. Un especialista sugirió estudios. Interpretaron que estaba sana y que cuando tuviera relaciones sexuales se “compondría”. Como si se tratara de un juguete defectuoso. Así que entre médico y familia la incentivaron a tener novio formal. La incapacidad mensual no varió. El nivel del dolor, tampoco. Otro médico sugirió que debía ser madre. Un embarazo y un parto la curaría para siempre de la endometriosis. Alejandra se negó a ser madre, porque “la medicina” para su dolencia no se garantizaba al 100%. Debía esperar, tomarse sus analgésicos y dejar de exagerar. Seguir con su vida. Para Jésica, su vida era el dolor y el aislamiento. La incomprensión. El estigma.
Jésica perdió trabajos, amigos, vida social, oportunidades de convivencia, novios y hasta la relación con su madre por encerrarse a dormir una semana de cada mes, equivalente a vivir acostada en su cama unos tres meses por año. Hasta el año pasado, Jésica había vivido incapacitada 6.5 años.
Cuando yo conocí a Jesica tenía poco más de veinte años. Le habían hecho estudios y más estudios y había visitado muchos ginecólogos (y ginecólogas). El diagnóstico era el mismo: no es para tanto, no hay que exagerar, no hay que ser fodonga, ni irresponsable ni tampoco dramática. No hay que ser histérica. La falta de empatía es uno de los factores principales a los que se enfrentan los millones de mujeres en el mundo que padecen endometriosis. Junto con la violencia obstétrica.
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