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Por Nurit Martínez

El gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador se abroga la defensa del pueblo bueno y si así fuera la cifra que lanzó en la semana el Consejo Nacional de Evaluación de las Políticas de Desarrollo Social (Coneval), 45 de cada cien niños de 3 a 15 años que van a la escuela pública están en pobreza porque  no tienen para comer, no cuentan con servicio de salud, su casa es endeble o carecen de servicios básicos como drenaje, agua o luz, habría movilizado alguna acción.

Pero no. Como en otros rubros en donde hay un diagnóstico claro, la respuesta es el silencio. La llama discursiva y mediática se orienta al escándalo para evitar que se focalicen estos temas que sí afectan en lo cotidiano a ese pueblo bueno.

Si a estos temas no le importan a nadie, por qué habría de importar que una propuesta como la de desaparecer organismos como el Coneval podría llamar la atención en la opinión pública.

A diferencia de otras instituciones con cierto grado de autonomía el Coneval es uno de los organismos que están en la mira de la burocracia de la Cuarta Transformación todo porque su tarea es tener ojos en la forma de gestión de programas y recursos públicos.

La evaluación de la política pública es lo que no le gusta en particular al presidente López Obrador y en estos años como en otras administraciones ha sido poner los argumentos, las proyecciones y los datos en el espacio público para mostrar qué acciones sí funcionan y cuáles han deteriorado la vida de la población, en particular de los pobres a los que el movimiento político y social que encabeza la 4T toma su causa: primero los pobres.

Si en realidad fuera ese el motor, organismos como el Coneval habrían sido o serían en los próximos años una institución central autónoma, independiente, incluso a clanes de poder dentro del mismo gobierno morenista, para ser el faro que orienta las decisiones para incidir en reducir de forma real las condiciones de pobreza en el país.

Pero no, al presidente y a su primer círculo de seguidores, incluidos los integrantes del gabinete, no les gusta que nadie les señale cuáles de sus propuestas o acciones no tienen el efecto estimado para acabar con la pobreza.

El 2 de junio pasado vimos en las urnas que las políticas y programas sociales tienen un gran respaldo electoral, pero uno es el respaldo de casi 36 millones de personas que son beneficiadas directa o indirectamente con esas medidas, que lo que piensan o cómo enfrentan en la vida cotidiana los 76 millones de mexicanos restantes.

La vulnerabilidad en la que viven 26.1 millones de mexicanos hace rentable esa política, pero en un ejercicio claro de la ética y la moralidad política sería entendible que alguien los viera más como personas que viven en condiciones críticas y no sólo como carne de cañón electoral, de movilización política o manipulación para la legalidad de un movimiento.

Si la política pública que propone este movimiento que dice ser progresista y humanista tienen intenciones certeras de apoyar a los pobres, ya se habría anunciado algo concreto para atender las condiciones de salud, vivienda, educación y alimentación para, al menos, los 9.1 millones de niños de entre 3 y 15 años que están en condición de extrema pobreza en México.

Si lo que dice el Coneval duplica la acción de gobierno el reclamo debiera ser mayor, si saben dónde están y quiénes son ¿por qué en seis años no hicieron nada para ayudarlos?. ¿Será acaso que, si en Chalco se tardaron un mes, los seis años han sido pocos para ubicarlos y poder brindarles una ayuda integral más allá de la intención de llevarles una beca mensual de 800 pesos?

Nada justifica que la administración Lopezobradorista siga siendo omisa con los más pobres al no tener aún un sistema de salud para quienes no tienen acceso a un servicio de seguridad social, que no tengan acceso al agua, a la luz, a la vivienda digna, entre otros.

Pero lo inadmisible es que si hay instancias como Coneval, que contribuyen a identificar los espacios en donde la acción del gobierno no ha podido llegar después de seis años, se le busque castigar con la desaparición en lugar de hurgar entre los suyos por qué han fallado tanto o tardado tanto en focalizar las acciones humanitarias de atención. Solo al llegar a este punto sí podríamos hablar del humanismo mexicano, de lo contrario, solo son acciones político-electorales.

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