El origen de la verdad

Han pasado dos años y en ningún momento han mostrado saber manejar la pandemia, pero se creen expertos en propaganda.

El origen de la verdad

Por Marilú Acosta

Imaginemos dos células cerebrales que se conectan; la primera aporta una afirmación y la  segunda un hecho; de esta unión se creará una verdad. Muchos hechos son hipotéticos, imposibles de confirmar —al menos no en vida—, como la temperatura del infierno. Para la vox populi (la voz del pueblo) el infierno es extremadamente caliente. Para conocer a detalle el infierno, ¿qué libro consultamos?, ¿la Biblia? No, La Divina Comedia de Dante Alighieri. La segunda sorpresa es que, para Dante, aunque existen lugares de fuego, la mayor parte del infierno es frío y su centro está congelado.

¿Cómo llega la vox populi a esas verdades? Con afirmaciones que se repiten sin que nadie verifique los hechos. Así cuela la propaganda política mentiras en nuestra mente. También dicen: Vox populi vox Dei, y afirman que “la voz del pueblo es la voz de Dios”, con lo cual justifican cualquier violación al bien común, a la ética y a la ley. Pero la cita completa es así: “No escuches a quienes dicen: la voz del pueblo es la voz de Dios, porque el tumulto de la multitud siempre está más cerca de la locura” (Alcuino de York).

La propaganda política tiene otra estrategia que se llama la gran mentira, o große Lüge, que es el utilizar una mentira tan abismalmente grande que nadie creería que alguien fuera tan imprudente para distorsionar la verdad de manera tan infame (Mein Kampf, 1925). Entonces, la gran mentira se convierte en una afirmación. ¿Esto tiene un límite? Sí. Los hechos.

La repetición tiene la capacidad de hacer sonar las afirmaciones como hechos, aún cuando sabemos que no son así, porque en el fondo siempre sabemos la verdad. Sin embargo, por practicidad, el cerebro da por hecho las afirmaciones. ¿Esta practicidad tiene un límite? Sí. El corazón.

La gran mentira: “una pandemia donde ningún mexicano o mexicana se quedó sin una  cama de hospital” (

La repiten constantemente porque creen que su afirmación sobrepasará los hechos. Ellos mismos han sucumbido a su propaganda.

Los hechos: el primer paciente grave que escuché por teléfono en marzo de 2020 fue un  hombre que logró atenderse en un hospital privado. La segunda, una mujer que corrieron de urgencias durante una lluviosa madrugada porque “exageraba y no tenía nada”; no llevar zapatos le permitió salir con luz de día. Para abril de 2020 yo era responsable de un sistema de seguimiento a pacientes a distancia. Los hospitales privados comenzaron a saturarse. Mandamos a un derechohabiente a su hospital de zona con una tomografía con neumonía por Covid-19. Le impidieron el paso a urgencias, nunca vieron la tomografía. En mayo realizamos el primer traslado con requerimiento de oxígeno. La aceptaron hasta el tercer hospital público, sólo porque conocíamos a alguien que estaba en urgencias. Enviamos a un hombre a valoración hospitalaria; al aceptarlo le señalaron un espacio libre en el suelo del pasillo, por lo que se regresó a casa. Todo esto mientras el gobierno federal decidía si era buena idea responder a la pandemia o no. Las ambulancias empezaron a recorrer las ciudades. En la CDMX una oxigenación mayor a 70% significaba que las ambulancias te dejaban en casa. Los tanques de oxígeno y los concentradores empezaron a compensar la falta de atención hospitalaria. Enviamos a un matrimonio a un hospital público que sabíamos que tenía camas libres, pero sólo aceptaron a uno porque el otro tenía un concentrador en casa. Un día de cielo despejado y sol ardiente suena mi teléfono: “Doctora, no nos dejaron acercarnos a urgencias, mi esposo está en el suelo y tiene 65% de saturación, ¿qué hago?”.

En estos casi dos años entendí que el infierno a veces es frío como el suelo de madrugada donde esperan enfermos y familiares. A veces es caliente como los hornos incineradores que durante meses y meses funcionaron 24 horas en la CDMX.

Una pandemia supone un gran caos porque inicialmente desconocemos la enfermedad y su magnitud. Han pasado dos años y en ningún momento han mostrado saber manejar la pandemia, pero se creen expertos en propaganda.

Su gran mentira no tapa el dolor de los mexicanos que buscaron ayuda y no la recibieron; los hechos que vivimos tú y yo son más grandes, y guarda en el corazón rechazos hospitalarios, miedos, gastos catastróficos, desvelos, preocupaciones y duelos.

Nuestro corazón sabe el origen de la verdad.

@marilu_acosta

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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