Por Patricia Mercado
Las luchas laborales fueron protagonistas de las grandes transformaciones del siglo 20. En una época que solemos recordar por procesos sociales violentos y extremismos ideológicos, los cambios que impulsaron las personas trabajadoras organizadas fueron uno de los mayores legados para el presente. En muchos países, los derechos conquistados permanecieron a pesar de transiciones políticas y duras medidas de ajuste económico.
Así, México estableció numerosos derechos laborales, entre ellos la jornada máxima de ocho horas diarias, en la Constitución Política surgida de la revolución, hace más de un siglo. Para las reivindicaciones obreras y campesinas, el límite horario de 48 horas semanales fue un avance ante las prácticas de explotación tan comunes en el porfiriato.
Sin embargo, aquí y ahora esta norma resulta obsoleta ante la reconfiguración de la esfera laboral, con el uso intensivo de tecnología, las redes globales de comercio y el avance de derechos humanos y la igualdad de género. Esto coloca a nuestro país en los últimos lugares de productividad y en los primeros de estrés laboral a nivel global.
Estamos ante la oportunidad histórica de cambiar un modelo social que distribuye el tiempo en forma injusta, con jornadas extensas en el empleo remunerado y grandes cargas de cuidados en los hogares y familias. El Poder Legislativo ya ha acumulado decenas de proyectos al respecto en los últimos años, y esta semana, el Ejecutivo se sumó a esta discusión con la presentación de dos iniciativas de reforma por parte de la presidenta Claudia Sheinbaum.
La escasez de tiempo libre afecta desproporcionadamente a las mujeres. La estructura actual de la jornada laboral prolongada se erige sobre un paradigma caduco, centrado en un hombre proveedor, lo que presupone la presencia de una figura femenina dedicada a las labores de cuidado y al trabajo no remunerado. La reducción de la jornada laboral es un mecanismo clave que podría mitigar las disparidades en la distribución del tiempo e impulsar la inserción de las mujeres en la esfera del empleo remunerado.
Ya hemos dicho que necesitamos trabajar para vivir, pero vivir para trabajar no es racional ni saludable. El balance entre los distintos aspectos de nuestra vida es una condición indispensable para el bienestar. La convivencia familiar y social es parte indispensable en el desarrollo personal, y cuando hay infancias y personas adultas mayores en los hogares, se requiere dedicarles más tiempo.
Las generaciones más jóvenes han sido las más elocuentes sobre la necesidad de una mayor conciliación entre el trabajo y la vida personal. Desde empleos ligados a herramientas digitales, millones de personas jóvenes hoy exigen modelos más flexibles, que les permitan disfrutar y administrar mejor todas sus actividades. A esto debemos sumar otras tantas que durante la pandemia encontraron mayor satisfacción personal con horarios presenciales reducidos y teletrabajo. Por ello, las encuestas indican una abrumadora mayoría a favor de reducir el tiempo de trabajo, 9 de cada 10 personas.
Desde Movimiento Ciudadano hemos dado prioridad a la agenda del trabajo digno: comenzamos esta lucha en el plano legislativo con los derechos de las trabajadoras del hogar, por la igualdad salarial y contra el acoso y la violencia laboral.
Luego vinieron las exitosas iniciativas de vacaciones dignas y de la Ley Silla, que ya están en vigor. Y continuamos con todo nuestro empeño en la vía de una distribución más justa del tiempo con la propuesta de las 40 horas. Este año, generamos un diálogo amplio para llevar el tema al centro de la opinión pública en las entidades federativas, y en 23 congresos locales ya se presentaron propuestas en la materia.
Nuestro planteamiento legislativo parte de una fórmula sencilla, al establecer dos días de descanso sin modificar la jornada máxima diaria de ocho horas, que ya está establecida en la fracción primera del apartado A del artículo 123 de la Constitución. Esta opción, además, favorece el descanso, pues establece un día no laborable completo que permitiría una mejor recuperación de energía y la planeación de actividades de ocio, recreación, cuidado, etcétera.
Sin embargo, la iniciativa presidencial traza una nueva semanalaboral máxima de 40 horas sin modificar los días de descanso. Esto daría la posibilidad de que se realicen combinaciones para recortar la jornada diaria y establecer un horario reducido el sexto día. No obstante, estas opciones son incomparables con un día adicional sin labores en lo que se refiere a su potencial para el descanso y la conciliación con otras esferas de la vida. Baste decir que ninguna guardería pública en todo el país abre los sábados.
Tenemos un enorme reto legislativo para debatir la reducción de la jornada laboral en los primeros meses de 2026. La aprobación es inminente ante la coincidencia entre los dos poderes, los acuerdos con representaciones empresariales y sindicales, la mayoría prevaleciente en la opinión pública, los convenios y mejores prácticas internacionales.
Podemos vislumbrar un futuro donde el trabajo sea un elemento de equilibrio para las personas y familias, que permita su realización y les estimule a dar lo mejor de sí. Un modelo laboral que promueve la satisfacción frente a la obligación, la convivencia frente al agotamiento sería, sin duda, el único verdaderamente sostenible en nuestros tiempos.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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