Por Sofía Guadarrama Collado
En la República de la Redención Nacional y las buenas intenciones legislativas, donde cada parche jurídico presume ser la salvación, con la precisión de un machete con filo ciego, México vuelve a los días gloriosos en los que se legislaban amenazas pasivo-agresivas con membrete oficial; días en los que el disenso ya no se combate con bayonetas, sino con artículos vagamente redactados y cláusulas multiusos. Estamos ante un nuevo capítulo del folclore político nacional: los tiempos de la censura por el bien común, la represión como pedagogía moral y la libertad de expresión como privilegio revocable.
Y así, entre aplausos y en honor a la tradición nacional, la represión con justificación moral arranca en los laboratorios de Puebla y Campeche. Oh, sí, están haciendo experimentos de laboratorio. Con MORENA nada es accidental. Todo se hace según el evangelio legislativo heredado por nuestro líder supremo. Todo lo que se legisla en los estados es para ver cuánto resiste la democracia sin que se le caigan los dientes. Carajo, con la reforma judicial, le rompieron las piernas; con la desaparición del INAI y otros organismos autónomos, le cortaron la lengua y le sacaron los ojos; y con el secuestro del INE, la dejaron sin manos. A nuestra democracia sólo le queda el alma: la ciudadanía.
¿Ah, sí? ¿Con que a su democracia sólo le queda el alma?, pues en Puebla y Campeche decidieron darnos de palos, como si fuéramos piñatas. Pero no crean que son tan cínicos: lo hicieron con el renovado discurso de “es para proteger a las mujeres”. Castigando a la opinión pública y la libertad de expresión, esa reliquia del siglo pasado. Con la solemnidad de quien acaba de inventar la pólvora digital, y con un coro de funcionarios defendiendo lo indefendible, México se pone a la vanguardia de las grandes dictaduras: reforma sus mordazas para que parezcan antifaces protectores.
En el Congreso poblano descubrieron, con admirable candor, que los insultos en redes son la nueva peste. Cierto. En eso no se equivocan. Hagamos un poco de memoria. ¿O ya se les olvidó la borrachera del 2018? Por aquellos días México dio el gran salto digital… hacia atrás, cuando no se podía decir nada en contra del líder supremo. Ahí de aquel o aquella que osara criticarlo, porque le tundían (nos tundían), vaya, no sólo con insultos, hasta con amenazas. En mi caso personal, una cuenta anónima me amenazó que si no me callaba me podrían poner una bala en la cabeza. Sí, la violencia en las redes sociales comenzó en aquellos años. Y desde entonces no ha parado. Claro, podrían detenerla, si sus bots y trolls dejaran de atacar a quienes no votamos por sus candidatos.
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