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Por Sophia Huett

Fui a la Feria del Libro buscando materiales para mi doctorado. No tenía en mente títulos específicos, solo quería encontrar textos que me sirvieran y, quizá, me removieran algo. Pero terminé frente a una mesa de libros feministas. Títulos que incomodan. Autoras y autores que han sido etiquetados como exagerados, radicales, problemáticos. Y uno de ellos me atravesó como un espejo: Cansadas, de Nuria Varela.

Lo tomé sin pensarlo mucho. Porque sí: también estoy cansada.

Cansada de tener que demostrar siempre el triple para que me reconozcan la mitad.Cansada de ser la opción alterna, la suplente, la que hace el trabajo sin siempre llevarse el crédito. Cansada de tener que quitarme para no estorbar.Cansada de reiniciar desde cero una y otra vez, como si cada avance se reseteara.Cansada de vivir la maternidad bajo lupa, de medir cada paso profesional para no parecer menos capaz.Cansada de sostener sin que se note.

Tomé también otros libros. Feministas todos. Acabé con una pila de casi diez. Y no te voy a mentir: me dio pena. Pagué casi a escondidas, esperando que nadie me viera. Me avergonzaba que me encasillaran con “esas feministas” que tan fácilmente se caricaturizan o condenan. Me incomodaba que alguien pensara que yo era “de esas”.

Pero para buena lección mía, el primer libro que abrí me fulminó. Entre sus primeras páginas, Cansadas incluye un texto de autoría desconocida que se ha compartido durante décadas en América Latina. Se llama “Agradéceselo a una feminista”. Y me confrontó como pocas cosas lo han hecho.

Ahí comprendí que si hoy puedo estar sola en una feria, elegir libros, pagarlos con mi dinero, escribir estas líneas, estudiar un doctorado o hacer una pausa mientras mi esposo cuida a nuestro hijo, no es casualidad. Es consecuencia.

Porque si hoy puedes votar, estudiar una carrera, titularte y que te llamen doctora o ingeniera… es por una feminista.Si tienes propiedad a tu nombre, acceso a crédito, puedes abrir una cuenta bancaria y firmar contratos sin un aval masculino… también.Si puedes leer lo que quieras, hablar en público, tener una columna o una opinión, trabajar donde tú decidas y con tu propio nombre, lo debes a quienes antes lucharon por hacerlo posible.

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