Por Stephanie Henaro Canales

Mientras el mundo dormía, Israel decidió no esperar. Cruzó su Rubicón estratégico y atacó territorio iraní sin pedir permiso, sin anunciarlo, y sin preocuparse por las formas. No fue solo un bombardeo. Fue una declaración.
A las 19:10 h, tiempo del centro de México, múltiples explosiones sacudieron la región de Isfahan, donde se encuentran instalaciones clave del programa nuclear iraní. La operación, llamada Am KeLavi (“como un león”), se ejecutó con precisión quirúrgica y silencio diplomático. El mensaje era claro: si Teherán está a días de tener capacidad nuclear operativa, Tel Aviv no va a quedarse cruzado de brazos.
Pero lo más importante no fue lo que se destruyó. Fue lo que se rompió. Desde hace años, la arquitectura de contención en Medio Oriente se sostenía sobre acuerdos tácitos: no atacar directamente infraestructura nuclear; consultar con Washington antes de una acción mayor; evitar escalar sin respaldo. Anoche, Israel rompió esos pactos no escritos. Y al hacerlo, nos dejó un nuevo mapa.
Estados Unidos se apresuró a declarar que no tuvo participación directa. Funcionarios afirmaron que “Israel actuó solo”. Y sin embargo, el Departamento de Defensa evacuó a familiares de sus militares en bases clave de la región. Como quien no interviene, pero se prepara para lo que viene.
En Irán, la respuesta oficial fue contenida, pero las represalias parecen inevitables. Quizás no lleguen como misiles en línea recta, sino como fuegos cruzados: a través de Hezbollah, de milicias en Irak, o de ataques cibernéticos que no firman sus actos. En esta nueva etapa de la guerra, el conflicto no siempre tiene rostro, pero siempre deja huella.
El mercado, por su parte, entendió rápido la magnitud del cambio. El petróleo subió más del 6 %. El oro se convirtió otra vez en refugio. Las bolsas cayeron. Y los bonos del Tesoro estadounidense vieron un repunte inmediato. Una guerra ya no necesita declararse para contagiar al planeta. Basta una señal de que los frenos se soltaron.
En América Latina, seguimos creyendo que estos conflictos son ajenos. Que pertenecen a otros mapas, a otras religiones, a otras lógicas. Pero lo que pasa en Isfahan también se siente en Iztapalapa, en Medellín o en Rosario. Afecta el precio del gas, el flujo del comercio, y el lugar que ocupamos en el tablero global. En un mundo interconectado, la distancia ya no es garantía de inmunidad.
El ataque de anoche no fue una escalada. Fue una redefinición. Israel dejó atrás la contención y abrazó la autonomía estratégica. En un mundo donde los árbitros han perdido autoridad, las potencias empiezan a dictar sus propias reglas. Sin permiso. Sin consulta. Sin retorno.
Hasta el cierre de ésta columna, Irán no ha respondido. Pero lo hará. Y cuando lo haga, no estaremos viendo la continuación de una tensión vieja, sino el nacimiento de una era distinta. Una en la que el poder se ejerce sin cortesía.
Cuando César cruzó el Rubicón, ya no había vuelta atrás. Anoche, Israel hizo lo mismo. La diferencia es que esta vez, todos estamos dentro del imperio en llamas.
El último en salir, apague la luz.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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