El nuevo índice

La policía moral de los Estados Unidos ha determinado que ciertos materiales no pueden ser leídos-vistos-procesados por los niños de hasta octavo grado.

El nuevo índice
Mónica Hernández

Por Mónica Hernández

Se le conoció durante siglos como el Index Librorum Prohibitorum, o el “Índice”, para los cuates. Se trataba de una lista de libros -o secciones de éstos- que la iglesia católica prohibía imprimir, leer, comentar, bajo pena de excomunión, o peor, rendirle cuentas a la temida hoguera de la dichosa Santa Inquisición. Entró en vigor al poco de comenzar a popularizarse la imprenta, puesto que antes de la revolución que el invento de Gutenberg (no fue suyo, pero a él se le atribuye la comercialización), los libros sólo circulaban entre monasterios, conventos, celdas, refectorios y capillas. En esencia, los dominicos autorizados (no todos los religiosos tenían el criterio ni la autoridad para leer ciertos textos, o así se consideraba) leían todas las obras y señalaban lo que atentaba contra la religión, contra la santa madre iglesia, a favor del pensamiento y por ende, debía ser demoniaco. Inmoral. Herético. Prohibido. 

Si bien la primera lista o índice se autorizó en marzo de 1564, ya desde antes se consideraba que la lectura alteraba los estados de ánimo o hería la sensibilidad de las personas. En especial, de aquellos que no tuvieran el entrenamiento adecuado para taladrar su mente con la lectura, con el pensamiento. Obvio, estaban incluidas todas las mujeres (hasta el siglo XIX, la lectura de novelas se consideraba perjudicial para las histéricas damas, por lo que solo se les recetaban vidas de santos y santas, misales y libros de horas), ya no digamos los jóvenes ni los niños. ¿Cuál fue el objetivo del índice? Regular el conocimiento. Adoctrinar. Impedir el desarrollo de un criterio íntimo, personal. La lectura de la Biblia por parte de los ciudadanos de a pie eliminó los intermediarios (santos, vírgenes, curas, etc.) y a ello se debieron los grandes cismas protestantes. El catolicismo dejó de tener la exclusiva para la lectura e interpretación de las sagradas escrituras. Menuda herejía.