Hoja de olivo,
que tienes en el signo los vocablos.
Y en silencio, mirándonos,
al Dios que nos hablaba dentro,
era la tierra una sola lengua
y de iguales palabras.
Era el paraíso,
y entre sellado antes de la marca y el mutismo.
Sin nombre,
sin cifra,
sin cuerpo.
Mar del útero insomne,
apenas tu silueta silenciosa
como los montes dentro de la Tierra,
sin emerger rasgo ni símbolo ni abreviatura,
y nombrada e innombrable
como el Eterno
en su afonía.
Y dijeron:
—Edifiquémonos una ciudad
y una torre cuya cúspide llega al cielo,
y hagámonos de un hombre—.
Comenzaste a caer,
naciendo letra,
cada una conteniendo tu alma originaria,
anegarte en el cuerpo del vocablo
para no dispersarte
sobre la faz de la Tierra.
Para construir a Dios
palabra por palabra,
círculo por círculo,
el sentido;
elegir su nombre
y habitar cada una de sus seis letras.
Árbol cefirótico,
la torre,
emanaciones del Silencio
que te ocultan en la Cumbre de tu sombra.
Eclipse en el vértice infinito,
tu Corona,
llama incólume en las crestas tu verdad.
Escalo la torre,
edad de los rasgos,
los circuitos de la luz,
oculto y amando,
vigía de las alturas,
alcohol centinela de mi verbo,
bendice mis pasos en la Ascensión.
Y el Señor descendió
para ver la ciudad y la torre
que edificaban los hijos del hombre.
Pones al fuego los vocablos,
una extinta y saliva,
los ladrillos de tu verbo.
En garzas tejes,
ajustas en cadenas puntos con silencios,
signos y verbos:
espiral que construye tu pensamiento,
armazón de tu delirio,
la forma que contiene tu deseo:
Babel.
Y dijo el Señor:
—Una misma lengua es el comienzo de su obra—.
Nazca tu lengua confundida,
dos pueblos se besan en tu hada,
crece doblemente equivocada, híbrida.
Te narres hebrea y castellana,
se adoblen tus senderos en las palabras.
Llevarás dos libros en tu boca,
dos patrias en tu cuerpo,
en tu memoria bifurcada,
dos silencios.
Escribo cuerpo sobre cuerpo el poema
en el ojo confundido,
fragmento Babel sobre fragmentos.
¿Dónde encontraré entonces mi refugio?
—Bajemos y confundamos su lengua
para que no pueda entenderse más a sí misma—.
Tan seguro el grito,
se derraman los libros de mi carne,
te esparces en mi piel
mil veces el invierno,
las páginas como el polvo
y Dios ocultándose en su nombre
y mi signo fuera de mi sexo,
en mi lengua.
Hojas de olvido,
liberando los pueblos que llevo dentro,
en el borde de la hoja del olivo,
memoria del desierto
en que transcurre mi lenguaje
inmóvil y disperso para siempre.
Estamos lejos, divididos,
tú y yo desarmándonos
sin pieles,
sin nombre,
sin destino,
rumbos heridos,
bifurcándose en las letras,
una tras otra,
en infinitas ramificaciones.
Alejándonos,
dos rastros en el espejo
que se rompe.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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