Poesía hay en todas partes pero no la vemos.
En esta ciudad hormiga,
en este país de inesperados,
no tenemos tiempo para encontrarla.
Y sin embargo, ahí está.
En las madrugadas que crudos recorremos una Reforma vacía y asoma sin estorbos la tiara del Ángel.
En la vista de los volcanes que flanquean este lugar sin amor,
amándose entre bruma y un preciado silencio.
Los domingos cuando dan tregua los cacos
y los parques se llenan de cursis globos
de colores
y niños corriendo tras perros
y todo es con permiso y buen domingo y se le cayó el pañuelo.
Estos perros en otoño sobre montones de hojas secas escondiéndose del amo que amoroso silba.
Cuando es la fiesta de muertos y de poesía reboza cada imagen y nos llena los ojos de extrañas creaturas que de alguna forma emocionan nuestra entumida alma nacional.
Y en cada bocado de azucarado pan que exuda azahares.
En el silbido triste del que vende camotes,
o churros,
o elotes,
bajo la última luz del día.
Tal vez hasta en el insufrible pregón de quien tamales oaxaqueños
o colchones,
tambores,
refrigeradores,
lavadoras,
microondas
o algo de fierro viejo que venda.
En el color de las Jacarandas que son alegoría de poema,
breve intensidad violácea,
indeleble en el recuerdo.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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