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Que nadie contradiga cuán abierto es el deseo

de estar así, bajo las sábanas de otoño,

mirando destejer del día a las sombras.

Que nadie ose (no mientan, no sean púdicos) decir

que en este lecho de herido no hay gozo,

lascivia, encantamiento.

Que nada irrumpa tan excelso instante, que nada evite

el contacto de la gasa sobre el cuerpo.

Que nadie venga

(¡cómo no odiar a las visitas y sus lánguidos consuelos

y su encendido morbo por la muerte!) a escuchar

la respiración atrofiada, el quejido

—una y otra vez, una y otra vez—

de dolor profundo, oculto.

Que nadie mire este despojo de hombre

—ya flor, ya hierba, ya esqueleto–

agitándose en la arista del recuerdo,

intentando guardar las mieses, el sudor,

la breve valentía de ser presa.

Que nadie roce sus labios, manos,

que nadie toque nada.

No recorran esta habitación, esta ciudad cercada,

huelan sólo la fragancia del espino.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.