Querida Yo de 25 años

Siempre había asumido que la pregunta más ridícula del mundo es “Si hubieras sabido entonces lo que sabes hoy ¿Qué hubieras hecho diferente a tus 20, 25,30… años?”

Querida Yo de 25 años
Adina Chelminsky
Por Adina Chelminsky
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Siempre había asumido que la pregunta más ridícula del mundo es “Si hubieras sabido entonces lo que sabes hoy ¿Qué hubieras hecho diferente a tus 20, 25,30… años?”

Las decisiones que una toma en la vida son una ecuación entre la persona y sus circunstancias. Haces lo que puedes con lo que tienes disponible en ese momento física, emocional, intelectualmente y en tu entorno. No hay qué hubiera hecho, sólo existe lo que hiciste.

Hace unas semanas ocurrió un incidente que me hizo recalcular esa pregunta. Más bien, la respuesta que me daría.

Me remonto a la historia antigua.

Empecé a trabajar a los 25 años, acababa de terminar mi maestría ya con dos hijos pequeños. Me contrataron como analista, el nivel más bajo en la cadena alimenticia del sistema financiero, en una casa de bolsa. Horas largas, talacha abismal, jerarquías a las que tenía que rendirme.

Fue un hecho insólito en mi entorno. Venía yo de una posición, sin duda, acomodada en donde la mujer trabajaba si se necesitaba (incluso en muchas familias en donde un segundo ingreso hubiera sino importantísimo, la mujer se quedaba en casa); estaba yo “bien casada” (WTF quiera decir eso) con un marido que iba a proveer y protegerme hasta que la muerte nos separara.

“Por qué no te vas más días de vacaciones” Porque no tengo días disponibles.

“Por qué no puedes venir a comer” Porque salgo tarde de la oficina.

“Por qué no te desvelas entre semana” Porque me tengo que levantar muy temprano.

“Por qué no vas a ir al ________ (inserte evento de mamás en la mañana)” Porque es horario laboral.

“Por qué tu marido va al super” Porque sí.

Y podrá haber parecido que mis respuestas, cortas, concisas y contundentes, demostraban una seguridad absoluta en mis decisiones pero, la verdad, es que la culpa me ha carcomido cada día (y cada insomnio de madrugada) durante los 25 años en los que he trabajado.

¿Estaré haciendo lo correcto? ¿Tengo mis prioridades en orden? ¿No estaré jodiendo a mis hijos? ¿Seré demasiado ambiciosa… narcisista… ideática? ¿No debería hacerme tiempo de tener un mejor manicure?

¿Qué me sostuvo en mi camino? Unos hijos maravillosos que me han demostrado, una y otra vez, que madres felices, independientemente de sus decisiones, crían hijos resilientes y exitosos y una red (esposo, papas, familia) insuperable en su ejemplo (¿Conocen a mi mamá?), apoyo e incondicionalidad.

Pero la culpa es la culpa.

Me hubiera quedado atorada en ella si no hubiera sido por algo que pasó hace unas semanas…

Tuve una cena con algunas amigas, todas habían tomado decisiones de vida diferentes a las mías (nadie trabajaba fuera del hogar). Éramos un grupo lo suficientemente grande como para que hubiera diferentes experiencias, pero lo suficientemente chico como para poder platicar en intimidad.

Entre tragos y temas banales llegamos, por alguna razón, al tema del papel que el dinero juega en la pareja y en la vida de cada una.

Todas las historias que contaron me dieron terror. Dependencia económica que incomoda (como si fueras la eterna hija de tu marido), relaciones fatales que sobreviven porque no hay salida económica, familias con serias precariedades que podían haber sido solucionadas con un ingreso adicional, vidas en donde eres incapaz de hacer trámites básicos por miedo y por sentirte incapaz, viudeces sorprendieron y dejaron vidas pasmadas, violencia física y emocional.

No podía yo hablar del shock.

Me daban ganas de llorar al oír el dolor y la impotencia de gente que quiero. Pero, también, tenía ganas de pararme, levantar los brazos en señal de victoria y gritar “SIIIIIIII”.

Porque, después de 25 años de dudas, me di cuenta de que las decisiones que tomé fueron las correctas.

Porque el trabajo no sólo me dio independencia económica y la posibilidad de dejar una relación en donde no hubiera querido estar sino, también, la dicha de formar una mejor relación de pareja, una de iguales.

Además, me dio la capacidad de aprender a valerme por mí misma en el mundo, en trámites chicos y grandes, y me quitó el miedo (o por lo menos me acostumbró) a los cambios y a lo desconocido.

En estos 25 años, desde que yo empecé mi vida profesional, la relación de las mujeres con el trabajo y el empoderamiento financiero, sin duda ha cambiado. Veo a las nuevas generaciones con admiración pero México sigue siendo el país de la OCDE en donde menos mujeres casadas trabajan, en todos los niveles de la pirámide socioeconómica. No tiene que ver con la riqueza de las familias (al contrario), tiene que ver con una idiosincrasia anacrónica de hombres y mujeres. Y esto lo tenemos que cambiar.

Así que ¿Qué diría hoy?:

Queridas mujeres de 20, 25, 30, 35 NO LO DUDEN, trabajen, sin culpa. Creen una vida independiente financieramente lo necesiten o no. Aprendan de finanzas y de inversión. Hagan ustedes sus trámites, formen un historial crediticio, hagan cosas que les den miedo, hagan cosas difíciles. Capacítense constantemente en aptitudes y conocimiento.

Así estén casadas con el príncipe azul… esto muy seguido se decolora, siempre tengan una estrategia de salida; aún con el hombre más generoso y maravilloso, compartan las responsabilidades y la vida financiera.

Queridas mamás de niñas y adolescentes, enseñen, eduquen y orienten a estas jóvenes mujeres a que lo hagan y desde chicas no conciban otra manera de vivir la vida.

Querida Adina de 25 años ¡te felicito! ¡gracias! Tomaste las decisiones correctas. Te hubieras ahorrado la culpa y los insomnios y la gastritis pero, esto, esto lo hiciste bien.

Atentamente,

La Adina de 50 años

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@AdinaChel

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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