Por Adriana Sandoval
Cuando era niña, no se hablaba de nutrición en la mesa. Se comía, punto. Lo que preparaban nuestras madres o abuelas llegaba a nuestros platos sin discusión. “Si no comes, no creces”, decía mi mamá con firmeza. Y así, sin saberlo, heredamos hábitos, sabores y creencias alimentarias sin pasar por ningún filtro crítico. Nadie preguntaba si la margarina tenía grasas trans, si el jamón tenía mucho sodio o si la combinación arroz-puré era la mejor opción. Simplemente se comía.
Tampoco había teléfonos en la mesa. No había Google, ni TikTok, ni Instagram. Las dudas, si surgían, se resolvían con una enciclopedia manchada de salsa que alguien traía del librero. En la sobremesa había conversación, pero rara vez giraba en torno a lo que nos estábamos llevando a la boca. Hoy, en cambio, es impensable una comida donde no se mencione algún suplemento, una dieta famosa, un influencer que “lo logró” bajando de peso sin esfuerzo.
Y entonces surge la pregunta: ¿quién educa hoy sobre nutrición?
Muchos adultos no sabríamos qué responder. En la escuela, la educación alimentaria es anecdótica. Se habla algo en los primeros años, pero justo cuando los niños no tienen control sobre lo que se compra o cocina. Cuando crecen y comienzan a decidir, ya no se toca el tema. ¿Cuántos de nosotros tuvimos un taller práctico sobre cómo planear un menú, combinar alimentos o leer una etiqueta? ¿Cuántos aprendieron a distinguir entre hambre física y hambre emocional? ¿Cuántos pudieron explorar su relación con la comida sin culpa ni castigo?
La realidad es que aprendemos a comer como aprendemos a hablar: por imitación. Lo que vemos en casa, lo que escuchamos en la calle, lo que nos venden en los medios. Y últimamente, lo que dicta el algoritmo.
1. La industria alimentaria
En 2023, las empresas de alimentos y bebidas invirtieron más de 19 mil millones de pesos en publicidad en México. Para dimensionarlo: esa cantidad es mayor al presupuesto que el gobierno federal destinó a programas preventivos de salud en ese mismo año. No es una coincidencia. La industria entendió desde hace décadas que la fidelidad alimentaria comienza en la infancia, y actúa en consecuencia. Colores brillantes, personajes animados, promociones irresistibles. La narrativa dominante sobre qué comer no la dicta la ciencia, la dicta el marketing. Varias compañías que fabrican alimentos han hecho un esfuerzo por ofrecer opciones más nutritivas y naturales pero ¿Cómo unimos esta información y la integramos a la alimentación diaria? Ahí está el secreto que no hemos descubierto.
2. Las redes sociales
TikTok, Instagram y YouTube han reemplazado a las enciclopedias. Hoy, basta escribir “cómo bajar de peso” para recibir un tsunami de consejos, retos, listas y “antes y después” espectaculares. Un estudio publicado en 2024 en Public Health Nutrition analizó los 500 videos más vistos sobre nutrición en TikTok: solo el 13% contenía información científicamente válida. El resto era opinión, publicidad disfrazada o contenido sin sustento. Pero eso no importa: lo que importa es la viralidad. Hoy, quien decide qué es saludable para ti se llama algoritmo y ese no se basa en títulos ni experiencia profesional.
Y lo más peligroso es que esta información suele presentarse como verdad absoluta: eliminar frutas porque “tienen azúcar”, ayunar 20 horas porque “así quemas grasa”, tomar suplementos porque “lo dijo el doctor en redes”. Nadie menciona dosis, duración, efectos secundarios, ni a quién sí y a quién no le funciona. Como nutrióloga, cada vez dedico más tiempo de consulta a desmentir mitos de redes sociales antes de poder hablar de lo que realmente necesita el paciente.
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