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Por Adriana Sandoval 

El ayuno se puso de moda. O al menos eso decimos quienes estamos atentos a lo que sucede con la comida, el cuerpo y la salud en estudios científicos, en redes y en consulta. Pero, si lo pensamos con cuidado, el ayuno es mucho más antiguo que las modas: viene de la religión, de la fisiología, de los ciclos naturales de escasez y abundancia. Se ha hecho como ritual, como protesta, como purificación, por simple supervivencia. Hoy tiene otros nombres: biohacking, time-restricted eating, ayuno intermitente, 16/8, 12/12. Pero la pregunta sigue ahí: ¿qué dice la evidencia científica?

Los números son claros y poco llamativos. Una revisión publicada en Nutrients en 2020 encontró que el ayuno intermitente —especialmente el que limita la comida a una ventana diaria de 8 a 10 horas— reduce glucosa e insulina en ayuno y provoca una ligera pérdida de peso, comparable a las dietas bajas en calorías tradicionales. También se observó una mejora discreta en los niveles de triglicéridos. ¿Por qué? Porque comemos menos tiempo y, a veces, menos calorías; porque damos espacio metabólico entre comidas; porque el cuerpo recurre a sus reservas de energía.

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