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Por Alejandra Latapi

Sería a mediados de 2011 cuando el diario Folha de São Paulo publicó un extenso reportaje sobre las críticas y molestias generadas por el estilo de gobernar de la presidenta Dilma Rousseff. En él se daba cuenta de las quejas presentadas al ex presidente Lula da Silva por la falta de consideración y atenciones que “padecían” ministros y legisladores (el uso del masculino es intencional por su preeminencia en esos grupos). La acusaban de citarlos a audiencias los lunes o viernes, a sabiendas de que eran los días que acostumbraban pasar en sus ciudades y no en Brasilia, donde estaban sus oficinas. Se sentían ofendidos —afirmaba Folha— cuando ella les preguntaba sobre los avances de asuntos bajo su responsabilidad o por la ausencia de viajes y fiestas como los tenía acostumbrados el mandatario anterior. La información del diario señalaba desde entonces que la respuesta de Da Silva solía ser la misma, algo así como “no le hagas caso, yo lo resuelvo”.

Este reportaje viene a mi memoria cada vez que escucho o leo sobre las posibilidades de Claudia Sheinbaum para convertirse en una presidenta que tome sus propias decisiones o mantenerse incondicional de su mentor, como lo ha hecho a lo largo de sus 25 años de presencia política.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.