Por Alma Rosa García Puig
Suena el teléfono. Una llamada inesperada. Del otro lado de la línea me dicen “te tengo una mala noticia… a partir de hoy, dejas de ser la directora general de la empresa”. Así sin más. Sin ninguna razón justificada. Si hablamos de resultados, ahí están y sobresalientes. ¿Y entonces? La respuesta es…” tu personalidad no empata con la nueva estrategia”.
¿Han escuchado semejante justificación alguna vez? Yo nunca. Y menos cuando se trata de una organización que promueve desarrollar y generar ambientes de confianza, de igualdad y de un trato digno y humano para con los colaboradores. Fue por una llamada. No se me dio la cara, no se me permitió una salida profesional y digna, ni siquiera en agradecimiento a los resultados obtenidos y al cuidado y al empeño que puse al crecer la organización.
Y así, sin más, me sentí tratada indignamente como ejecutiva, como persona, como madre, pero sobre todo, como mujer.
He tenido la oportunidad de dirigir varias empresas. Ya llevo cierto kilometraje recorrido y la vida empresarial me ha enseñado que siempre, en donde sea que estés, uno tiene oportunidad de aprender cosas nuevas y de crecer.
El camino no ha sido sencillo. Me he topado con ejecutivos y directores que, por el simple hecho de ser mujer, no quieren tratar conmigo. He trabajado para hombres que ni siquiera me voltean a ver. Al igual que muchas mujeres, me he enfrentado a comentarios tales como “ah, seguro llegó a la dirección porque se acostó con alguien”. Hace años, teniendo mi primera dirección general, se me dijo…. “Una mujer no puede y no sabe dirigir una empresa, y por lo mismo, te vamos a mandar a un hombre de mi confianza a que te ayude”. ¿No les parece ofensivo?
Cuántas veces escuchamos en el trabajo “seguramente está en sus días” o por qué no, en la calle… “¡claro, tenía que ser vieja!”. Y estos son solamente algunos ejemplos que marcan una cierta violencia de género, muy escondida y a veces, muy normalizada con la que las mujeres nos enfrentamos en el mundo laboral. Y entonces, la violencia a la mujer no se queda en la casa, en los feminicidios, en las noticias día a día, sino que trastoca todos los ámbitos de nuestra vida y nuestro entorno. A todas, en algún momento nos toca y nos vulnera.
He sido muy afortunada al dirigir empresas exitosas y de generar vínculos importantes con mis equipos de trabajo, pero, sobre todo, he comprobado que una mujer que pone todo su amor, su pasión y su experiencia logra transformar cualquier organización. Soy promotora de las mujeres en el entorno laboral y trato siempre de empujar a que más mujeres se sumen a posiciones relevantes dentro de las organizaciones.
El mundo hoy requiere de liderazgos más humanos, más empáticos. Las mujeres somos esas líderes por naturaleza. Está comprobado que una mujer a la cabeza, en promedio, genera mejores resultados financieros, una cultura más homogénea y menos rotación del personal. En la política, somos promotoras de los derechos humanos y de cambios sociales importantes para el mundo.
Y entonces regreso a pensar en el hombre que me dio las gracias telefónicamente. Me río. No me queda más que constatar que en casa del herrero, azadón de palo. Qué pena ver que, en organizaciones donde se dice promover el trato igualitario y fomentar espacios y crecimiento para la mujer, no se haga.
No me queda más que agradecer el aprendizaje y la oportunidad que me da la vida de encontrar verdaderas organizaciones que me permitan seguir, desde mi trinchera, promoviendo el mejor trato a la mujer en los negocios. Es así, como las mujeres, poco a poco, a pesar de todo, nos abriremos espacios y seguiremos luchando por que la violencia y la desigualdad desaparezca. Porque como en todo, no hay peor lucha que la que no se hace.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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