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Por Amy L. Glover Drake

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No es común que mi hijo veinteañero me invite a ver algo en la tele, así que cuando sugirió ver la película bélica distópica, Guerra Civil, dirigida por Alex Garland (2024), me senté en primera fila en el sofá. El guion no entra en muchos detalles sobre el motivo del conflicto armado en Estados Unidos, sino que se enfoca en un grupo de periodistas que cubren la violencia entre dos estados del oeste que han salido de la unión y la federación. La cinta recurre desgraciadamente a una violencia burda. Sin embargo, ver a los dos bandos matándose sin piedad me estremeció; dentro de la coyuntura nacional, me pareció verosímil.

La muerte de Charlie Kirk, un joven activista de la ultraderecha, ha profundizado la brecha. Kirk era un cristiano fundamentalista y decía siempre desear lo mejor para las personas que pensaban diferente que él. En la ceremonia en su memoria, sin embargo, Trump aprovechó la oportunidad para mostrar su opinión de la empatía: “Yo odio a mis contrincantes y no les deseo lo mejor. Lo siento”. Su comentario describe fielmente la toxicidad de su liderazgo, que lejos de sanar a un pueblo enfermo de miedo y paranoia, ayudará a justificar aún más violencia.

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