Por Ana Cecilia Pérez
En los últimos años, las historias sobre estafas digitales, fraudes sentimentales y extorsión en línea se han vuelto parte habitual del paisaje informativo. Ya no sorprende escuchar que alguien fue engañado por una inversión falsa o que un adolescente fue contactado por un desconocido en redes sociales.
Lo que sí resulta alarmante es la escala y la masividad que está alcanzando este fenómeno, especialmente cuando se cruza con la explotación de menores.
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