Por Ana Cecilia Pérez
Estamos por cerrar el 2024, un año que, sin duda, quedará en la historia como uno de cambios radicales, un año lleno de decisiones cruciales y profundas que siguen dejando dudas sobre el rumbo que tomamos como país. En México, la continuidad política ha sido un golpe para quienes soñaban con estabilidad y contrapesos, con instituciones autónomas que protejan nuestros derechos y el bien común. En Estados Unidos, el regreso de Donald Trump genera incertidumbre y posibles tensiones que afectan a México de forma directa. Más allá de las fronteras, lo que de verdad me mueve es preguntarme: ¿qué cambios necesitamos en nuestra sociedad para sanar, para crecer, para convertirnos en el país que queremos y merecemos?
El sentir que recorre nuestras elecciones —en México y también en Estados Unidos— refleja un resentimiento y una frustración profunda. En México vivimos una realidad desgarradora de desigualdad, injusticia y crimen organizado, donde cada día parece traer noticias de tragedias. La inseguridad y la corrupción siguen presentes, y lo que debería ser un país lleno de oportunidades y sueños está cada vez más cargado de desilusión y cansancio.
En lo más profundo, creo que necesitamos empezar a cambiar desde nuestra cultura, desde cómo entendemos el respeto, la justicia y el compromiso con el otro. Vivimos en un país que ha tolerado demasiadas injusticias, y es momento de exigir una transformación. No podemos seguir aceptando la brutal desigualdad que marca cada rincón de México. Es crucial que cada niño, sin importar dónde nazca, tenga acceso a una educación de calidad, a oportunidades reales de crecimiento, a servicios de salud dignos. Y, por supuesto, necesitamos una justicia que trate a todos por igual, que no permita la impunidad y que nos haga sentir que nuestras vidas y derechos importan.
La transformación también debe tocar a nuestra clase política. No podemos seguir eligiendo líderes centrados en sus propios intereses, en el poder, el ego o el resentimiento. México necesita servidores públicos que trabajen realmente por el bien del país, que se comprometan a entender y atender las necesidades de una población diversa y que actúen con empatía y responsabilidad. Es un cambio que parece difícil, pero que es imprescindible para tener un país donde podamos confiar en nuestros gobernantes, y no verlos como figuras lejanas que velan solo por sí mismos.
Y, además, es hora de replantearnos el fanatismo que nos ha dividido. Nuestra sociedad se encuentra polarizada, y esto no nos lleva a ningún lado. Necesitamos cultivar una cultura de diálogo, respeto y tolerancia donde podamos trabajar juntos por el bien común, donde nuestras diferencias no se conviertan en abismos, sino en puntos de aprendizaje y colaboración. Dejar de lado el odio y el enfrentamiento por diferencias ideológicas es fundamental si queremos construir un país donde el respeto y la paz sean valores compartidos.
La inseguridad y el crimen organizado son quizá el mayor desafío que enfrentamos. No solo por el miedo y la violencia que generan, sino porque nos roban la paz y la posibilidad de crecer. La lucha contra el crimen organizado debe ser profunda y real, y no solo una medida temporal. Es urgente que el gobierno no solo enfrente a las redes criminales, sino que también ofrezca alternativas reales a quienes, por falta de opciones, ven en el crimen una salida. Es tiempo de invertir en educación, en empleos dignos y en programas sociales que den esperanza y oportunidades a todos los mexicanos, sin dejar a nadie atrás.
Finalmente, algo que necesitamos más que nunca es una cultura de empatía y solidaridad. Nos hemos acostumbrado tanto a ver dolor y desigualdad que, a veces, dejamos de sentir. Nos hemos vuelto indiferentes a las historias de sufrimiento que escuchamos cada día. No podemos construir un país mejor mientras unos pocos tienen todo y muchos no tienen nada. Necesitamos que el bienestar del otro nos importe, que nos duela la injusticia y que estemos dispuestos a actuar cuando vemos algo que está mal. Solo en una sociedad donde cada uno se preocupa por el otro podremos construir un México verdaderamente fuerte.
Tengo la esperanza por un México donde las desigualdades sean solo un recuerdo del pasado, donde el respeto y la empatía sean la base de nuestra convivencia y donde la justicia sea igual para todos. Sueño con líderes que realmente sirvan al país, que usen el poder para construir y no para dividir, y con una ciudadanía que asuma su responsabilidad en la construcción de ese país mejor. No será un cambio fácil ni rápido, pero creo que, si nos unimos, si dejamos atrás los fanatismos, las diferencias y empezamos a exigir a nuestros líderes lo que realmente necesitamos, veremos un México más justo y próspero.
Este 2024 nos ha enseñado que la desesperación puede cambiar el rumbo de una nación, pero también quiero creer que ese mismo dolor puede transformarse en la fuerza que necesitamos para construir un futuro mejor. Porque, aunque este año sea recordado como uno de los más radicales y difíciles, quiero pensar que también puede ser el punto de partida para el México que todos soñamos.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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