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Por Ana Cecilia Pérez*

Hay noticias que golpean directo al estómago.

La reciente desarticulación de KidFlix —como si fuera una parodia oscura de Netflix, pero real— nos dejó sin palabras. Y sin aliento.

Funcionaba como si fuera una plataforma de streaming: permitía ver, subir y compartir videos de abuso sexual infantil. 

Suena monstruoso… y lo es. 

Tenía más de 1.8 millones de usuarios. Más de 6,000 horas de contenido. Y operaba, sin interrupciones, desde 2021.

Casi 80 personas fueron detenidas y 39 menores fueron rescatados.Pero ¿cuántos más quedaron sin ser identificados?,

¿Cuántos adultos siguen pagando por ver lo que jamás debería existir?

Lo más escalofriante no es solo lo que ocurrió. 

Es que ocurrió en silencio. 

En la oscuridad de la red, sí, pero también en la oscuridad de nuestra atención.

Porque mientras creemos que nuestros hijos están seguros en casa, viendo YouTube, haciendo tareas o jugando con filtros de animalitos, en realidad están a solo unos clics del riesgo. La infancia está navegando sin salvavidas.

Y no. No es exagerado.

Este caso nos recuerda algo que, a veces, parece olvidarse:la ciberseguridad no es un tema técnico, ni lejano, ni exclusivo de expertos.Es un tema urgente. Humano. Dolorosamente real.

No podemos seguir reaccionando cuando ya es demasiado tarde.Es momento de hablar con nuestras hijas e hijos.

De abrir espacios incómodos pero necesarios.

De enseñarles a cuidarse, a desconfiar, a decir “no”, a contarnos todo sin miedo.Porque si no lo hacemos nosotros, alguien más —alguien que no debería— ocupará ese lugar.

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