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Por Ana Cecilia Pérez

Si alguna vez jugaste en línea, sabes que siempre hay alguien haciendo trampa. El rival que te dispara desde detrás de la pared, el que parece tener una puntería imposible o el que de pronto se mueve como si hubiera hackeado las leyes de la física. Detrás de cada truco hay todo un negocio: desde el adolescente que descarga un wallhack —un truco que permite ver enemigos a través de las paredes— hasta quienes pagan 200 dólares al mes por un cheat “premium” indetectable.

Lo que quizá no sabes es que esas batallas entre tramposos y sistemas “anti-cheat” son, en realidad, un laboratorio de ciberseguridad en tiempo real.

En los videojuegos, los tramposos tienen control total de su computadora: pueden desactivar protecciones, instalar software a la medida o manipular fallas en el sistema. Exactamente lo mismo que hacen los atacantes en el mundo real con un servidor, una red corporativa o un celular.

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