Por Areli Paz
Adicto al trabajo: humano que se siente necesario, único e irrepetible.
Adicción: detrás de ella hay fondo, forma e historia. Nadie llega a ella de la nada.
Justo medio: aspiración de la vida adulta equilibrada.
Lo que se dice alrededor, entre amigos, enemigos y humanos que fingen ser y parecer: “La vida es trabajar, sólo así se consigue eso que quieres: si se trata de una casa, un buen auto, una cuenta en el banco, ahorro, viajes y comodidad, eso es la felicidad.” “Sólo trabajando mucho se logra el éxito, hay que tener mucho, eso demuestra lo trabajado.” “Si trabajas mucho y te esfuerzas, fuiste exitoso en la vida.”
“Si trabajas mucho y nadie te aplaude o reconoce, no vale la pena.”
“El trabajo dignifica a los humanos.”
Estas frases son durísimas. No sólo porque parecen condena, sino porque limitan la felicidad y el éxito a la posibilidad de existir sólo si trabajas en exceso y, además, financieramente se nota.
Lo que dice mi mente en momentos de excesos: “Es correcto, si trabajas mucho, obtienes mucho y en algún momento disfrutarás plenamente. Aguanta todo, no importa que no te reconozcan, no importa que no haya valía en lo que haces, al final habrá recompensa.”
Lo que dice la ciencia: “El workaholic se hace, no nace. Sufre una grave adicción al trabajo y usa todas las herramientas externas para no ver la vida interna. Es común en la generación X. Insatisfacción, exceso y culpa. El exceso de trabajo suele provocar padecimientos cardíacos, mentales y físicos, un desgaste que se conoce como síndrome de burnout. Literal: se te funde el cuerpo y la mente.”
Lo que dice la realidad: “Si trabajas en exceso sin medir fuerza, pensamiento y capacidad física, lo único que logras será adelantar tu muerte, esa que ya tienes segura en la bolsa.”
En un mundo en el que nos han enseñado a ser, tener y estar, es muy complicado sacudir de la noche a la mañana las responsabilidades. Sobre todo porque la adicción al trabajo “ayuda” a no conectar con nuestros demonios. Con nuestros malos, muy malos pensamientos.
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