Por Flor Aydeé Rodríguez Campos*
Las mujeres en México logramos subir al ring y ser luchadoras antes de poder ejercer el derecho al voto, este es un dato que escuché este fin de semana en el conversatorio “Mujeres en la lucha” que organizó el Consejo Mundial de Lucha Libre. Este dato me hizo reflexionar y una vez más me hizo confirmar que ser mujer implica pelear por derechos que aún se regatean, por espacios que aún se disputan, por vidas que aún se apagan. Y aunque las caídas duelen, la fuerza con la que nos levantamos es lo que define esta batalla personal y colectiva.
En México, la lucha de las mujeres se libra en muchos escenarios. Algunas lo hacen literalmente sobre un ring, enfrentando con fuerza, destreza, preparación, disciplina y coraje los prejuicios de un mundo históricamente dominado por hombres que las ha querido en la esquina, en silencio, invisibles, pero son ellas mismas las que suben con máscara, con nombre propio o con una causa, desafiando esos estereotipos por los que muchas veces les hicieron saber que ese deporte “no era para mujeres”. Su presencia en estos espacios públicos y de entretenimiento no solo es espectáculo: es un reflejo de resistencia, es mensaje, es un acto político y es poder.
Resulta contradictorio que a pesar de haber logrado conquistar primero el ring que el voto en las urnas, las mujeres en la lucha libre muchas veces siguen siendo relegadas, vistas como espectáculo secundario o como un producto de marketing. Es su trabajo lo que las ha hecho ganar no solo el hecho de ser parte del cartel, sino ser reconocidas como atletas, como profesionales y también como íconos de esta cultura. Las Amazonas del CMLL son ejemplo vivo de esa batalla: mujeres que no solo pelean, sino que lo hacen con una convicción que traspasa las cuerdas.
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