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Por Brenda Estefan

Desde inicios del pasado mes de julio, las detenciones y revelaciones sobre operaciones de espionaje se han multiplicado en distintas latitudes. Londres desarticuló una red de 18 espías y hackers rusos; en el Reino Unido se descubrió el reclutamiento de adolescentes por parte de Irán; Singapur identificó a ciberpiratas que atacaron infraestructura crítica; Japón condenó a un hombre de negocios por espionaje industrial a favor de China; Ucrania detuvo a un padre y a su hijo por intentar acceder a información sobre misiles Neptune; Italia arrestó a un ciudadano chino por ciberespionaje industrial. Pese a la distancia geográfica, todos estos casos responden a un mismo patrón: la inteligencia como instrumento central del poder global.

El espionaje contemporáneo ya no se limita a operaciones de Estado ejecutadas por diplomáticos o agentes encubiertos. Ahora involucra comunidades de migrantes, empresas, laboratorios, redes sociales y plataformas digitales que permiten operaciones de bajo costo con impactos estratégicos. Las filtraciones y robos de información abarcan desde secretos militares hasta innovaciones científicas, tecnológicas, energéticas y financieras.

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