Por Brenda Estefan
A casi cuatro meses de haber iniciado su segundo mandato, ya son claras las grandes líneas del gobierno de Donald Trump, tanto en política interior como en política exterior. Un análisis integral permite distinguir no sólo la lógica de su programa, sino también los riesgos que éste encierra para Estados Unidos y para el orden internacional.
En el ámbito doméstico, Trump ha intensificado su enfrentamiento con lo que denomina el “Estado profundo”: más de 250,000 funcionarios públicos han sido despedidos o han renunciado ante amenazas directas o condiciones de trabajo hostiles. También ha desafiado abiertamente al poder judicial y ha atacado y prohibido el acceso a la Casa Blanca a ciertos medios de comunicación y agencias noticiosas, a las que acusa de ser parte del establishment. Uno de los frentes más visibles ha sido su confrontación con el mundo académico y científico, con recortes al financiamiento para proyectos de investigación y campañas de descrédito dirigidas a instituciones de educación superior.
En materia migratoria, ha lanzado una fuerte campaña de disuasión, ha reforzado las medidas de control fronterizo y ha priorizado las deportaciones, incluyendo traslados a El Salvador. De manera paralela, ha impulsado restricciones a políticas de diversidad e inclusión en agencias gubernamentales y planteles escolares, como parte de una crítica más amplia a la agenda woke.
Todas estas acciones de política interior comparten un eje discursivo común: la defensa de las clases medias “olvidadas”, un concepto recurrente en el que Trump sostiene que estructuras institucionales, culturales y académicas han dejado de representar los intereses de los ciudadanos comunes frente a las élites del sistema.
En política exterior, la lógica que anima a Trump no es menos disruptiva. Su visión responde a una perspectiva neoimperialista, en la que Estados Unidos debe imponer su fuerza y voluntad sobre otros actores, incluso aliados. No es casual que haya propuesto anexar Groenlandia, insistido en que Canadá —su socio histórico— se convierta en el estado número 51 de Estados Unidos o presionado a Panamá para ejercer mayor control sobre el Canal.
Más allá de estos gestos, ha impuesto aranceles de forma unilateral a diestra y siniestra, en violación a las normas de la OMC, y ha redoblado su enfrentamiento comercial con China. Frente a Pekín, Trump ha apostado por una estrategia de fuerza, suponiendo erróneamente que Xi Jinping cedería rápidamente. Nada más lejos de la realidad. China ha acelerado su estrategia de autosuficiencia tecnológica y ampliado su red de alianzas globales.
El desdén por el multilateralismo también ha sido una constante. Trump ha promovido el retiro de Estados Unidos de organismos clave del sistema internacional: la UNESCO, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, la COP16 y la OMS, entre otros. En lugar de proponer reformas al orden posterior a 1945, ha contribuido a su debilitamiento sin ofrecer una alternativa.
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