Por Clara Sherer

Su rebeldía es ejemplar. Una rebeldía que pone en el centro a los seres humanos desde el afecto. Han desafiado al poder, que por más que las ignore, no las silencia, ni las detiene. Tienen derecho a exigir la aparición de sus consultas. Ellas no han violado la ley, sólo desean encontrar la verdad. El dolor mueve conciencias.
Su valentía también es lección. Una maternidad que arriesga la vida, no una sino varias veces. No sólo a la hora de parir, sino cada día que toma una pala, una varilla y se lanzan a la búsqueda, sabiendo que desafían a narcos, a funcionarios y, quizás, a un depredador vengativo.
En su búsqueda de la verdad, están construyendo la posibilidad de una justicia diferente. Una justicia que trastoque estructuras corruptas, frías, distantes. Una justicia que deje los textos, los pretextos y analice los contextos. Que mire el vivir cotidiano en una estación de camiones, o en un predio disfrazado de rancho que oculta la crueldad como método pedagógico, para generar asesinos, ¡asesinos!. ¿Sería más exacto decir que era un campo de aprendizaje para el exterminio a quienes declaran como enemigos?
Su tenacidad nos ha demostrado lo que significa cuidar la dignidad de los seres humanos desde el nacimiento hasta la muerte. El debido respeto a cualquier persona, viva o muerta. Muchas llevan años en este calvario, sostenidas por una leve esperanza y por un gran relato que pasa por su corazón. Su dignidad es encomiable.
También están modificando el estereotipo de madre, sinónimo de mujer abnegada, sin voz y sin derechos. No más consumismo para “celebrarlas”. Alcemos la voz para que funcionarias y funcionarios cumplan con su deber: investigar, encontrar la verdad y en la medida de lo posible, regresar a las madres la serenidad que merece su dolor.
Han puesto en evidencia la incapacidad de un régimen que se dice humanista, pero que, con cínica impunidad protege a esa modalidad, que al parecer, está siendo muy utilizado, el llamado crimen perfecto: si no hay cuerpo, no hay delito, sirviendo, con o sin intención, a la narrativa de disminución de homicidios.
Se sostienen en el recuerdo, en el amor, en el amoroso recuerdo, en el amor recordado. Ese hijo, esa hija, que si bien puede parecerse a cualquiera, es única, es única, porque es su hija, su hijo. O madre, padre, hermano, hermana, amiga, amigo. El cariño los hace únicos, únicas.
Hoy, ellas padecen esa historia que los gobernantes han querido evadir. El narco manda en muchos territorios, decide quién vive, quién muere.
Su bandera rinde homenaje a una verdad humilde y universal: hago esto porque la quiero, porque lo quiero. El amor como vínculo vital. Madres que reconocen su responsabilidad en la vida de la otra, del otro, y por ende, en la muerte de ella o de él. La intersubjetividad, el reconocimiento mutuo, esa mirada de quienes ya no están, pero que daba aliento. Hay que abrazarlas.
Quienes gobiernan están obligados a comprenderlas, no a juzgarlas. Y no tienen ningún derecho a mentirles. Ellas no transigen con mentiras.
Una toalla de la policía municipal de Jalisco, entre las prendas encontradas en el Rancho Izaguirre. Triste despojo. Como dice Sandra Romandía, “ El hallazgo de esa toalla, más que un rastro textil, es una prueba simbólica”. Da una pequeña señal de que la razón, una vez más, está de parte del Comité contra la Desaparición Forzada, de la ONU: “ La desaparición forzada en México” se lleva a cabo de manera generalizada o sistemática” .
“El pueblo sabio”, de López Obrador; “que sabe cómo votar”, de Sheinbaum, votó tres veces por el alcalde José Ascención Murgía, detenido por el horrendo caso del rancho. La paradoja, poner la realidad frente a los ojos, a pesar de que, posiblemente, esté enterrada en miles de fosas clandestinas. Rancho Izaguirre, cuando la verdad retrata la indignidad.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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