Por Claudia Pérez Atamoros
Existen mujeres que, con la firmeza de una convicción inquebrantable, de callada, pero constante manera, abrieron caminos que les estaban vedados. Una de ellas es María del Carmen Millán, la primera mujer en ingresar a la Academia Mexicana de la Lengua en 1974 con su ensayo Tres escritoras mexicanas del siglo XX. (María Enriqueta, Concha Urquiza y Rosario Castellanos). Un texto cabal, directo y entrañable. Con el poder de la palabra.
Lo que hizo Millán fue tomar la palabra en un lugar donde se pensaba que las mujeres solo podían escuchar. Se sentó entre varones que durante siglos habían dictado la norma, la gramática, el canon, y con una sonrisa lúcida dijo: también estoy aquí. También escribo. También pienso. También digo.
Y dijo: “He querido entender que el caso presente, el de mi ingreso en esta Institución, es más un acto simbólico que una distinción personal. Lo que en otras palabras significa que las puertas de la Academia Mexicana se han abierto ahora, no para dar entrada a una mujer, sino a tantas mujeres mexicanas con merecimientos, dedicadas a los quehaceres de la cultura…
“Por derecho y por deber, en esta ocasión habré de referirme a mujeres escritoras. Rehúyo la designación de “literatura femenina” por ambigua e inexacta. Y porque la considero como una manera amable de rechazo, o al menos una aceptación condicionada, un modo de dar a entender que las escritoras permanecen en grupo aparte, desligadas del proceso histórico y de los problemas trascendentes de la estética…”
Debemos conocerla, reconocerla y recordarla porque su historia es la de muchas mujeres que nos abrieron las puertas sin que lo notáramos. Porque su presencia en la Academia de la Lengua fue un golpe simbólico contra el silencio impuesto a las mujeres. Porque ser la primera no es una medalla, es una carga, es un desafío, es abrir la puerta sabiendo que del otro lado no siempre hay bienvenida.
Y, sobre todo, porque nos hemos acostumbrado a olvidar a nuestras pioneras. Nos llenamos de nombres de hombres ilustres, de bustos en bronce y calles que no nos pertenecen, mientras dejamos que el legado de mujeres como María del Carmen Millán se desvanezca en bibliotecas polvorientas. Acostumbrémonos a que, si la historia no les hace justicia, nosotras mismas las visibilicemos sean las primeras o no. Se los debemos.
SUSCRÍBETE PARA LEER LA COLUMNA COMPLETA…