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Por Claudia Pérez Atamoros

“No me callo porque no me da la gana. Escribo para que las mujeres sepan que el amor no tiene que ser una jaula, que podemos correr libres, que podemos ser.”

Así habla Rosa María Roffiel, la veracruzana que con una máquina de escribir y un corazón rebelde trastocó el canon, incendió prejuicios y fundó, sin saberlo, una genealogía de mujeres que escribirían desde el margen para habitar el centro.

Nacida un 30 de agosto de 1945, su biografía es una crónica de resistencia, pero también de valentía feroz. No solo escribió Amora (1989), la primera novela lésbico-feminista de México, sino que lo hizo sin pedir permiso, en un país que aún creía que el amor entre mujeres era una anomalía. Aún se vivía en la cuadratura perfecta.

—Con su melena libre, una novela bajo el brazo y la convicción de que callar no es opción, entregó al mundo Amora. Una novela coral, cotidiana, cruda y amorosa. La historia de Claudia y Lupe, dos mujeres en la Ciudad de México que se atreven a amarse y, en ese gesto, desobedecen. Rompe así Roffiel con una telaraña que anida aún en las mentes de finales del siglo XX: lo que todos saben existe, que es normal, pero callan. La satanizan. ¿Cómo se atreve? ¿Cómo?

—Imagina México en los años 80. El machismo vestía de traje institucional o de sotana. El silencio lo cubría todo. La palabra “lesbiana” apenas se murmuraba entre dientes, menos aún en tinta impresa. ¡Sacrilegio! 

En televisión abierta Nancy Cárdenas, la excelsa dramaturga se había atrevido a decirlo en voz alta. Soy lesbiana le dijo a Jacobo Zabludovsky en su noticiario “24 horas” en 1974 y en 1975 publicaría el Primer Manifiesto en Defensa de los Homosexuales en México lo que la vetaría de los medios. Nancy inició el primer movimiento gay-feminista en el país y “La Güera” Roffiel encabezó parte de la segunda ola del feminismo lésbico en latinoamérica.

Rosa María Roffiel Franco entró en el mundo periodístico y literario y le puso tinta y fuego a su pluma.

“Empecé Amora porque me rompieron el corazón, pero la terminé porque me di cuenta de que no era solo mi historia. Era la de todas nosotras.”

La primera edición se agotó en tres meses. Los distribuidores intentaron esconderla como si se tratara de contrabando afectivo. “¿Una novela de lesbianas? ¡Qué escándalo!”. 

—Rosa, con su ironía de cuchilla, seguramente pensó: “Escándalo es que aún creen que pueden silenciarnos.” Y sin embargo, el silencio persistió.

Rosamaría es la periodista que incomodó desde el teclado. Antes de la ficción, Roffiel fue periodista en el Excélsior de Julio Scherer, esa redacción vibrante donde las mujeres eran minoría y la agenda feminista aún no encontraba página. Allí aprendió a narrar sin adornos, con la palabra como herramienta política. Empezó en cables, la redacción, colaboró para la Sección B… y salió en 1976.

Luego trabajó en la revista Proceso y fue parte del consejo de Fem junto con Alaíde Foppa en aquella la primera revista feminista de América Latina, y desde ahí, disparó palabras que cimbraron conciencias. Junto a pioneras del feminismo escribió sobre aborto, violación, maternidad forzada, lesbianismo y el derecho a decir “no”. Durante cuatro años, tejió una voz que combinaba rigor periodístico con el pulso vivo del activismo.

La Roffiel ha sido también una activista sin capa pero con escudo y espada que construyó refugios para mujeres. En 1982, mientras el país aún creía que la violación era “asunto privado”, cofundó CAMVAC (Centro de Apoyo a Mujeres Violadas A.C. ), el primer centro de apoyo para mujeres violadas en México. Allí, entre trámites legales, contención psicológica y rabia contenida, entendió que el feminismo no podía ni puede aún, quedarse en el papel: hay que meter las manos en el lodo y construir trincheras.

 —Por las que fueron, por las que son y por las que vendrán.

Roffiel fue palabra y acción. Periodista y obrera del cuidado. Escritora y militante.

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