Por Claudia Pérez Atamoros
La Diva, La Estrella. La Actriz.
Este 4 de agosto se cumplieron 63 años de la muerte de Marilyn y del inicio de un mito. Dos MM que juntas simbolizan la estética, la belleza, el talento ignorado y la tristeza perenne. El resultado: Marilyn Monroe, una mujer objeto.
México desde siempre, cosido a su historia. Aquí vivió, dijo ella, los 10 días más felices de su vida. Su madre, a la que los biógrafos han tildado de loca, tenía raíces mexicanas, nació en Piedras Negras, Coahuila.
Puerto Peñasco, en Sonora, fue el nido de amor del incipiente romance entre Marilyn y Joe Di Maggio –el hombre que dicen más la amó– el que meses después se convertiría en su marido y que hasta el último día de su vida mandó 12 rosas rojas a la tumba de la fallecida actriz.
En la Ciudad de México, durante una visita a los Estudios Churubusco, conoció a Luis Buñuel. Interrumpió con su presencia la filmación de la película El Ángel Exterminador. Buñuel quedó anonadado con su presencia. La Pinal la ignoró y la Félix la desdeñó, también. Y entonces… El mismísimo Indio Fernández, casado con uno de los rostros más bellos y talentosos del cine nacional, Columba Domínguez, le organizó tremendo reventón en su casona de Coyoacán y excluyó a dos invitadas: ¿adivinan a quiénes? —Exacto, a las dos divas celosas…
En la capirucha mexicana se le tomó una de las fotografías más icónicas y controvertidas. La conferencia de prensa se llevó a cabo en el Hotel Inter Continental de Reforma, derruido tras el terremoto del 85. Ahí emitió aquella respuesta que se volvió viral: Qué usa para dormir, le preguntaron. Solo una gota de Channel #5. La imaginación de los caballeros, voló y… la lente de Antonio —Caballero de apellido— captó la entrepierna de la actriz, clic,clic,clic… Al revelar el rollo, tremenda sorpresa: la rubia no usaba ropa interior. El ojo fotográfico de Caballero imprimió una imagen inmortal que luego otros, muchos otros, se atribuyen.
Pero es de él, de un fotógrafo mexicano, vivo aún, por cierto, y hermano de otro fotógrafo, Enrique Caballero que con su lente catapultó la belleza de una diosa mexicana durante muchísimos años: Verónica Castro quien luego –dicen, dicen– le dio una patada en el trasero… , pero esa es otra historia de divas muy divas
En el Estado de México, en Chiconcuac, compraría aquel suéter con el que posó unos meses más tarde y que se convirtió en una de las últimas imágenes de ella con vida y con su eterna sonrisa y mirada triste. Y en Taxco, Guerrero, también adquirió gran cantidad de artesanía y muebles mexicanos.
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