Por Claudia Pérez Atamoros
Gloria Salas Dodero nació con luz propia un 15 de mayo de 1928. Y si se desvió del camino alguna vez, no hay registro ni chisme alguno documentado. Lo que sí hay es constancia (y bastante) de una mujer que a fuerza de teclazos y absoluta terquedad supo abrirse paso en un país que en los años cincuenta repartía diplomas de "ama de casa distinguida" más rápido que plazas para reporteras.
Antes de convertirse en periodista y activista con oficinas, siglas y reconocimiento internacional, Gloria fue ingeniera-arquitecta. No arquitecta nada más, no ingeniera civil: ingeniera-arquitecta. Ya desde el título se adivinaba que no iba a hacer lo convencional. Se graduó de la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura (ESIA) del IPN, y junto con su marido, el también ingeniero Luis Calderón Rojas, fundaron Maquetas y Modelos, S.A. Una empresa que construía maquetas de ciudades, de autopistas, de sueños modernistas, de planes de nación que se veían bonitos en escala 1:1000. Y fue en una de esas maquetas que, seguramente, a Gloria se le desbordó el alma, y decidió que había que hacerle planos también al país desde otro lado: el de la palabra impresa, sumándose a las voces femeninas que venían aplanando la terracería laboral en la prensa mexicana. Cambió los planos por la plana mayor de los periódicos.
Y fue así como lo técnico dio paso a lo poético (aunque lo poético también se construye con rigor). De diseñar calles pasó a trazar ideas; de levantar edificios pasó a edificar opinión pública. Se incorporó a El Universal, luego a Ovaciones y más tarde al Novedades, y fundó y dirigió con mano firme el suplemento Fin de Semana, que se volvió espacio para voces femeninas, críticas, cultas y tercas. Usaba su pluma para iluminar temas nacionales e internacionales, sin echar a perder el humor. Ya entonces, mientras otros periodistas escuchaban aplausos, ella prefería la mirada crítica y la carcajada juiciosa. Escribió sobre lo que nadie quería tocar: violencia contra las mujeres, aborto, poder, traiciones partidistas, la trastienda de las instituciones, y lo hizo sin que le movieran un solo renglón.
A Gloria no se le encogía el párrafo. A veces firmaba con nombre completo, otras sin firma, porque no siempre era prudente ponerle nombre de mujer a los textos que pisaban callos. Pero ahí estuvo, con tinta ácida, firmeza de editora y brújula política. Y no solo fue pionera en las redacciones: fue también una de las fundadoras del Consejo Nacional de Mujeres, del Patronato del Instituto Nacional de la Mujer, y fundadora y presidenta aguerrida de la Asociación Mundial de Mujeres Periodistas y Escritoras (AMMPE).
Ah, y si eso fuera poco, en 1962 fundó un periódico que fue la piedra en el zapato de muchos: Brecha, un periódico hecho solo por mujeres. No era un periódico rosa, ni de recetas de pastel; era un espacio de reflexión, de cultura y crítica política. Su lema, “Para la superación de México”, no era cursi: era un reto, y lo imprimía cada quincena con la convicción de que la prensa podía impulsar el cambio sin sonar a sermón.
Porque en efecto, lo que buscaba su fundadora —Gloria Salas de Calderón— era abrir una en el discurso oficial, en la prensa vendida y en el pensamiento plano. En un México de un solo partido, una sola verdad, y muchos silencios, Brecha llegó con una promesa incómoda: decir lo que no se decía. Y no callar.
El semanario Brecha fue un espacio libre, combativo, y por momentos suicida. Porque hablar de represión, de corrupción, de autoritarismo —cuando la Dirección Federal de Seguridad andaba oliendo hasta las redacciones— no era nada menor. Pero Gloria no se achicó. Desde su despacho/empresa/taller de maquetas, pasaba al cuarto oscuro para revelar verdades. “Tuvo una periodicidad quincenal desde el número uno hasta el 16. A partir del número 17 hasta el 30 la fue mensual. Del 30 al 34 se publicó de manera bimestral. En su primera época costó 60 centavos el ejemplar. Desde el número 17 hasta el 30, el precio se incrementó a 80 centavos el ejemplar. Del 31 al 34 se vendió a un peso. El primer número apareció en noviembre de 1962 y el último (34) en agosto de 1965)” según lo consigna Una revolución de papel.
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