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Por Claudia Pérez Atamoros

Cuando el SAT toca la puerta de los poderosos, no todos lloran: algunos tuitean. Y así, un viejo mito empresarial se convirtió en mitote nacional.

A todos nos han hecho manita de puerco. A algunos para pagar los abonos chiquitos... y a unos cuantos —muy poquitos— para que paguen lo que deben al fisco. Pero no todos chillan igual. Hay uno, por ahí, que no llora: tuitea. Porque cuando Hacienda llama, los reflectores se encienden.

Y el hombre que podía todo dice —sin despeinarse— que puede pagar los miles de millones que debe... en diez días, si quiere. Una frase digna de prócer: “si quiero”. Como si pagar impuestos fuera un capricho, una travesura o un pasatiempo de domingo entre golf y tuitazos. Así se construyen los mitos: con poder, dinero y micrófonos que siempre apuntan al lado amable del espejo.

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