Por Claudia Pérez Atamoros
Miss Universo siempre ha sido ese teatro donde el mundo presume sus aspiraciones envueltas en discursos. Un escenario global maquillado de armonía, donde la belleza pretende ser neutral cuando en realidad siempre ha sido política. Incluso ha sido llamado desfile de carnes. Pero, de vez en cuando, entre tanto guion ensayado, cirugías estéticas e influencias, surge una grieta que ilumina la verdad. En 2025, esa grieta se llamó Fátima Bosch. Y se coló a lo grande.
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Para entender el peso de esta corona hay que mirar la genealogía del certamen: sus rupturas, sus silencios y sus terremotos. Porque Miss Universo —aunque lo oculten sus luces— vive en constante transformación, a veces arrastrándose, a veces adelantándose al mundo, a veces…
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