Por Claudia Pérez Atamoros
El papel huele a tiempo. A manos que pasaron por ahí. A silencio. A historia.
Mientras el mundo se desliza con el dedo, los libros siguen ahí: tercos, serenos, desobedientes.
Vivimos en la época del scroll eterno, de los textos que se evaporan en segundos y los pensamientos que duran menos que una notificación. Pero los libros, esos “objetos anacrónicos” y rebeldes, no se han rendido.
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