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Por Claudia Pérez Atamoros

El sábado, la Ciudad de México se partió en dos: de un lado, la Marcha Z, y del otro, el Corona Capital. Y en medio, la juventud mexicana, esa criatura mitológica que muchos dan por perdida pero que, curiosamente, siempre es la que termina encontrando el camino.

La Marcha Z avanzó como una ola de WiFi humano: conectada, veloz, imposible de ignorar. Jóvenes que ya no vienen a pedir explicaciones, sino a darlas. Que no vienen a obedecer, sino a declarar independencia de la mediocridad institucional. Traen la indignación afinada, la ironía calibrada y la paciencia agotada. Y marchan con el mismo ímpetu con el que revisan si traen pila: porque saben que, en México, la democracia siempre está en modo de ahorro.

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Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.