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Por Claudia Pérez Atamoros
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La gran lección de Miss México en un escenario que por décadas ha cosificado a las mujeres:

En un certamen que huele a laca, vanidad, luces y falsa perfección, Fátima Bosch —Miss México 2025— pronunció la frase que desnudó al evento más maquillado del planeta:

“No importa si tienes un sueño o una corona, si eso te quita la dignidad, debes irte.”

Y lo dijo justo después de que el presidente del concurso en Tailandia, con la cortesía de un déspota de salón, macho oriental, la interrumpiera, la llamara “tonta” y le ordenara callar.

Lo que siguió no fue un drama de pasarela, ni un exabrupto: fue una escena política. Una mexicana —joven, preparada, articulada— diciendo ¡basta!, en el corazón de un imperio que durante décadas ha perfeccionado el arte de envolver misoginia con listones dorados. De cosificar a la mujer, de vender carnes exhibiéndolas en distintos guisos.

Miss Universo siempre ha sido un escaparate de mujeres “impecables” bajo una lupa implacable. Pero esta vez, la lupa se volteó.

El foco no iluminó la silueta ni el vestido; alumbró la violencia. La verbal, la simbólica, la institucional. Esa que se disfraza de “reglamento” y que tantas veces ha silenciado a mujeres con sonrisa de catálogo y alma agotada, ninguneada.

Fátima no fue la primera mujer humillada en público, pero fue de las pocas que respondió con voz, no con lágrimas; con talante y dignidad.

Mientras el mundo ha aplaudido coronas huecas, ella hace historia con una frase que debería tatuarse en toda organización que hable de “empoderamiento femenino” desde el control y la obediencia porque la dignidad no se negocia, se defiende.

Y es que, si algo nos enseñó este episodio, es que la violencia contra la mujer no siempre grita. Aunque también. No siempre encuentra repudio ni sororidad.

A veces lleva traje de gala, micrófono y escenario global.

A veces sonríe, se disfraza de autoridad, se escuda en contratos o reglamentos.

Y cuando la víctima responde, todavía hay quien pregunta: “¿Por qué hace tanto escándalo?”, —vieja ridícula. Está ahí para ser exhibida, no escuchada.

Fátima no hizo escándalo: hizo historia; no le importó ser exhibida y gritó con voz pausada y sin decirlo sino ejemplificando de manera enérgica un ¡basta!, cuyo eco ya imparable, reverbera las conciencias machistas del mundo.

Porque su respuesta digna —serena pero tajante— representa lo que las estadísticas y las campañas no logran condensar: el momento exacto en que una mujer deja de pedir respeto y empieza a ejercerlo.

No se trata de feminismo de pasarela, sino de coraje en tacones. Y lo que sea de cada quien dio con ellos un paso firme, sonoro y sororo

De saber que los “sueños” que exigen sumisión no son sueños, son trampas; que los sueños silenciados son actos espurios.

Y eso, en un entorno mundial donde cada día miles de mujeres son violentadas, asesinadas, calladas o reducidas a cuerpo, importa. ¡Importa muchísimo!

Porque si hasta en el escenario más cosmético de todos —ese donde la belleza ha sido medida, clasificada y premiada— una mujer dice “me voy si me quitas la dignidad”, entonces algo está cambiando.

Y lo que cambia no es la moda: es la conciencia.

Años atrás, las concursantes aprendían a responder preguntas con frases de paz mundial. 

Hoy, una mexicana recordó al planeta que la paz empieza por el respeto.

Y que no hay título, ni sueño, ni corona que valga más que la dignidad.

Porque mientras existan mujeres que se atrevan a pronunciar esa frase en voz alta, el espectáculo deja de ser concurso y empieza a ser conciencia.

Y eso, en el fondo, es el verdadero triunfo: ganar la voz aunque pierdas la corona.

Y ella ya obtuvo la corona más anhelada: la del respeto a sí misma.

✍🏻
@perezata

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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