Por Cynthia Dávalos
Es duro ver, día tras día, cómo la sociedad se vuelve más violenta. Quizá siempre ha sido así, pero últimamente las noticias nos gritan algo claro: para las mujeres, no hay lugar seguro.
Yo misma me he enfrentado a altercados violentos en plena calle.Seguro te ha pasado que alguien te lanza un insulto, una seña obscena… y ya ni siquiera lo sientes ofensivo.
Lo normalizas y lo pasas por alto.
Pero ahí está el problema. Esa frialdad con la que aprendemos a tolerar pequeñas violencias es la misma que permite que todo escale. Ya no bastan los insultos. Hoy, para muchos, es más sencillo sacar un arma y disparar.
Y cuando un hombre decide dispararle a una mujer, no le importa si destruye un hogar. No piensa en los hijos que deja en orfandad.
Como Karla.
La asesinaron el 12 de julio, frente a su hija de 12 años.
Una niña que, de la noche a la mañana, quedó huérfana. Y se convirtió en testigo, y también en víctima indirecta, de un feminicidio.
Cada feminicidio no es solo una estadística.Es una herida que se multiplica en quienes quedan vivos.
Es una infancia rota.
Un futuro marcado.
Y Karla no es un caso aislado.
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