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Por Cynthia Dávalos

Hace unos días estuve en Las Vegas. Fui atraída por la nostalgia —por los recuerdos noventeros, por los Backstreet Boys, por la promesa de que, en esta ciudad, todo siempre brilla más. Entré a The Sphere, el recinto más caro del mundo, con sus pantallas en 16K y un sonido que vibra en el pecho. Una experiencia que parece del futuro. Pero al salir, la ciudad me dijo otra cosa. Las Vegas está cambiando.

La caída tras el espectáculo

En abril de 2025, la ciudad recibió 3.3 millones de visitantes, un 5.1% menos que el año anterior, según datos de la Autoridad de Convenciones y Visitantes de Las Vegas (LVCVA). El turismo internacional cayó un 13% en junio. Los vuelos han disminuido, la ocupación hotelera ronda el 82.9 % —por debajo del promedio habitual— y el Aeropuerto Harry Reid reportó una baja del 3.4 % en tráfico de pasajeros.

No se trata solo de una “temporada baja”, sino de una tendencia preocupante que golpea directamente a la economía local.

Algunos lo llaman el Trump Slump. La expresión se escucha entre sindicatos y fue recogida en medios como The Nevada Independent, donde se señala que los aranceles comerciales, las restricciones migratorias y un discurso hostil hacia el exterior han desalentado la llegada de turistas desde mercados clave como Canadá y México.

El verdadero costo de visitar Las Vegas

A eso se suman los precios. Vivir la experiencia Las Vegas se ha encarecido al punto del absurdo:

  • Una hamburguesa puede costar más de 30 dólares.
  • Una botella de agua en un hotel como el Aria, 26 dólares.
  • Los resort fees —cargos obligatorios de 25 a 50 dólares por noche— se agregan en silencio al costo final, sin importar si usas Wi-Fi o la alberca.

Y aunque este modelo busca sostener los ingresos de los hoteles, lo que genera es frustración. Como escribió el New York Post, muchos visitantes se preguntan si vale la pena. “Vegas ya no es divertido”, dijo una turista canadiense citada en ese mismo medio.

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